sábado, julio 25, 2015

Somos los mismos envueltos en novedad.

Estas últimas semanas me ha tocado hacer una serie de cosas las cuales me han hecho evocar recuerdos del pasado. Recuerdos alegres, y otros que no te hacen sonreír. O al menos te sacan un: "sí que puedes ser bruta a veces, Diana". Y sí, todavía me queda mucho por aprender. 

Todo empieza de la forma más inocente. Tienes que hacer un trámite, y ¡zas! 3 días enteros se te fueron en eso.

Y sumemos a eso nuestra querida y, a la vez, condenada memoria. Aquella que cuando le conviene te oculta información, y cuando le apetece te la arroja toda y te sirve un banquete de recuerdos. Te coloca la servilleta, los cubiertos y se sienta frente a ti con los brazos abiertos, y con una gran sonrisa te invita a comer. 

Es impresionante nuestro cerebro. Un solo detalle puede desencadenar un oleaje irrefrenable de recuerdos. Y ahí te toca salir a flote, o ahogarte en ellos.

Ahora, a mitad de año, me siento desorientada. En este preciso momento no sé qué hacer con mi vida. La típica pregunta de "¿cómo te ves de aquí a 5 años?" ni se les ocurra hacérmela, porque no tendría respuesta. En este momento vivo el día a día, encuentro motivos para agradecer (porque hay y bastantes), sonrío, disfruto. Pero al final del día, cuando cae la noche, en la oscuridad de mi cuarto, antes de quedarme dormida, una voz en mi cabeza pregunta: "¿Y mañana, qué? ¿Y la otra semana? ¿El otro año? ¿Qué?" Es como haber perdido el rumbo, el norte, el objetivo. En este momento me siento a la deriva. Tengo el timón entre mis manos pero no sé a dónde ir.

¿Pido ayuda? ¿A quién? La respuesta está en mí. Lo sé. Tengo que encontrarla.

El asunto es que no me gusta sentirme así. En una rutina depresiva de madrugar, hacer ejercicio, prepararse, salir al trabajo, trabajar, volver a casa, bañarse, arreglar todo para el día siguiente, revisar Internet, a dormir. Al día siguiente lo mismo. El siguiente, lo mismo. El siguiente, ya saben. El siguiente, no, ese es sábado, jajajajajaja.

A lo mejor y nuevamente le estoy metiendo mucha cabeza. Nada, jefe chulo, sigo mascando y mascando. Y confieso que casi que sé cuál es la salida, pero no me atrevo todavía a tomarla. Porque no hay retorno. Pero por otro lado, no quiero retornar. ¿Seguir así, desperdiciándome? Ayer esperando un taxi, una chica frente a mí tenía un tatuaje en el brazo que decía: "Every wasted day becomes a wasted chance". Me lo quedé viendo, como si fuese una señal.

Sé que debo volver a enrumbarme. ¿Y si eso implica ver hacia atrás? ¿Otra oportunidad? También me pregunto si hemos cambiado, crecido, y esta vez funcionará. O como dice Bosé, somos los mismos envueltos en novedad. Ya lo dije, somos tercos. O el universo lo es también. Puedes creer que después de tantos años me vuelvo a preguntar, ¿eres tú?. Ya pues, hasta cuándo, universo. Esto ya se parece al cuento del gallo pelón. Aquella cantaleta con la que nos torturaban los adultos.

¿Qué debo hacer? Salir. Moverme. No quedarme estancada. Como el agua, si se queda quieta, se pudre. Como el fuego, necesito oxígeno. No encerrarme. Sentir. Aceptar. Ser y estar. Pero se me mezcla todo. Me ato y desato. Ay, por Baco, trato de descifrarme y solita me hago un rompecabezas.

Aquí hace falta una buena zamarreada.

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