No recuerdo cuando llegué a tus manos. Eras una niña a la que le encantaba leer. Gusto que heredaste de tu padre. Por lo tanto, quién mejor que él mismo para obsequiarme. Tampoco puedo precisar cuántas veces me has leído. Sé que han sido muchas. Muchísimas. Y sé que seguirán siendo más. En la historia que habita entre mis hojas siempre encontrarás cobijo, esperanza, luz y guía.
Cuándo empezó el juego entre
ustedes de moverme de una repisa a otra es otra pregunta que tampoco puedo
responder. ¿Se pusieron de acuerdo o surgió de manera espontánea? Conociendo a
Roberto (lo que pude conocer cuando me encontraba en su repisa), puedo imaginar
que un día me vio en tu repisa, me agarró y me llevó con él. Así de ocurrido
era él. Quizá se le antojó leerme y me tomó sin avisarte. Espera… ¿Fui
secuestrado?
Un día que lo visitaste me viste
en su repisa y pensaste: “¡Ah! ¡Y tú qué haces aquí!”. Y me volviste a llevar
contigo. Así comenzó el juego. Cada vez que se visitaban, yo me convertía en
objeto de contrabando. De tu repisa a la de él. Y viceversa. Lo lindo de este
vaivén es que me hice amigo de más libros.
Pasó tanto tiempo y la memoria es
tan frágil, sobre todo la de Roberto, que ya no recordaban a quién yo
pertenecía. Ahí el juego escaló a: “El libro es mío y tú te me lo estás
llevando”. Un día, Roberto puso su rúbrica en la primera hoja. Estampando así su
derecho de posesión. Tal como marcaba todos sus libros. Cuando viste la R le
reclamaste, entre risas. Roberto se puso rojo tomate, como siempre que no se
contenía la risa cuando hacía alguna travesura. En esos momentos dejaban de ser
padre e hija para convertirse en dos niños jugando y divirtiéndose.
El último periodo en que estuve
en la repisa de Roberto jamás me imaginé que no lo volvería a ver. Y ese día,
en que te vi entrar, con tu hermano y una amiga, no entendí el motivo de tu
tristeza. “¡Hey! ¡Aquí estoy! ¿Dónde está Roberto?” Empezaron a empacar todo,
guardar en cartones y fundas todas sus pertenencias.
Llegaste a la repisa y pude ver
el dolor en tus ojos. Me viste, me tomaste muy lentamente, acariciaste mi
portada y me abriste. Viste la R y rompiste en llanto. Me abrazaste. Tu hermano
y tu amiga no entendían y corrieron a contenerte. Yo tampoco lo entendí ese
día.
Desde ese día ya no hay más
viajes. Desde ese día sólo estoy en tu repisa. Desde ese día soy tu libro más
preciado.
“- Por la noche mirarás las estrellas. La mía es demasiado pequeña para que
te muestre dónde se encuentra. Es mejor así. Mi estrella será para ti una de
las tantas estrellas. Entonces, te gustará mirar a todas las estrellas. Todas
serán tus amigas. Y además voy a hacerte un regalo...
Volvió a reír.
- ¡Ah! ¡Hombrecito, hombrecito, me gusta escuchar esa risa!
- Justamente ése será mi regalo... será como con el agua...
- ¿Qué quieres decir?
- La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para quienes viajan, las
estrellas son guías. Para otros no son más que pequeñas luces. Para otros que
son sabios, ellas son problemas. Para mi hombre de negocios significaban oro.
Pero todas esas estrellas son mudas. Tú tendrás estrellas como no tiene
nadie...
- ¿Qué quieres decir?
- Cuando mires el cielo por la noche, dado que yo estaré en una de ellas,
dado que yo reiré en una de ellas, entonces será para ti como si rieran todas
las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!
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