No es un "no te pongas así". No es un "ahí te los dejo". Es un "¿quieres hablar?". Es escuchar. Y escuchar no para responder, es escuchar para entender. Es validar. Es validar que una persona se frustra, se ofusca, se abruma. No entiende. Y quiere entender. Porque comprender es aliviar.
Cuando mis dedos acarician las teclas
Unas cuantas caricias para transmitir lo que veo, pienso, siento y creo...
lunes, marzo 18, 2024
domingo, enero 21, 2024
Entre repisas.
No recuerdo cuando llegué a tus manos. Eras una niña a la que le encantaba leer. Gusto que heredaste de tu padre. Por lo tanto, quién mejor que él mismo para obsequiarme. Tampoco puedo precisar cuántas veces me has leído. Sé que han sido muchas. Muchísimas. Y sé que seguirán siendo más. En la historia que habita entre mis hojas siempre encontrarás cobijo, esperanza, luz y guía.
Cuándo empezó el juego entre
ustedes de moverme de una repisa a otra es otra pregunta que tampoco puedo
responder. ¿Se pusieron de acuerdo o surgió de manera espontánea? Conociendo a
Roberto (lo que pude conocer cuando me encontraba en su repisa), puedo imaginar
que un día me vio en tu repisa, me agarró y me llevó con él. Así de ocurrido
era él. Quizá se le antojó leerme y me tomó sin avisarte. Espera… ¿Fui
secuestrado?
Un día que lo visitaste me viste
en su repisa y pensaste: “¡Ah! ¡Y tú qué haces aquí!”. Y me volviste a llevar
contigo. Así comenzó el juego. Cada vez que se visitaban, yo me convertía en
objeto de contrabando. De tu repisa a la de él. Y viceversa. Lo lindo de este
vaivén es que me hice amigo de más libros.
Pasó tanto tiempo y la memoria es
tan frágil, sobre todo la de Roberto, que ya no recordaban a quién yo
pertenecía. Ahí el juego escaló a: “El libro es mío y tú te me lo estás
llevando”. Un día, Roberto puso su rúbrica en la primera hoja. Estampando así su
derecho de posesión. Tal como marcaba todos sus libros. Cuando viste la R le
reclamaste, entre risas. Roberto se puso rojo tomate, como siempre que no se
contenía la risa cuando hacía alguna travesura. En esos momentos dejaban de ser
padre e hija para convertirse en dos niños jugando y divirtiéndose.
El último periodo en que estuve
en la repisa de Roberto jamás me imaginé que no lo volvería a ver. Y ese día,
en que te vi entrar, con tu hermano y una amiga, no entendí el motivo de tu
tristeza. “¡Hey! ¡Aquí estoy! ¿Dónde está Roberto?” Empezaron a empacar todo,
guardar en cartones y fundas todas sus pertenencias.
Llegaste a la repisa y pude ver
el dolor en tus ojos. Me viste, me tomaste muy lentamente, acariciaste mi
portada y me abriste. Viste la R y rompiste en llanto. Me abrazaste. Tu hermano
y tu amiga no entendían y corrieron a contenerte. Yo tampoco lo entendí ese
día.
Desde ese día ya no hay más
viajes. Desde ese día sólo estoy en tu repisa. Desde ese día soy tu libro más
preciado.
“- Por la noche mirarás las estrellas. La mía es demasiado pequeña para que
te muestre dónde se encuentra. Es mejor así. Mi estrella será para ti una de
las tantas estrellas. Entonces, te gustará mirar a todas las estrellas. Todas
serán tus amigas. Y además voy a hacerte un regalo...
Volvió a reír.
- ¡Ah! ¡Hombrecito, hombrecito, me gusta escuchar esa risa!
- Justamente ése será mi regalo... será como con el agua...
- ¿Qué quieres decir?
- La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para quienes viajan, las
estrellas son guías. Para otros no son más que pequeñas luces. Para otros que
son sabios, ellas son problemas. Para mi hombre de negocios significaban oro.
Pero todas esas estrellas son mudas. Tú tendrás estrellas como no tiene
nadie...
- ¿Qué quieres decir?
- Cuando mires el cielo por la noche, dado que yo estaré en una de ellas,
dado que yo reiré en una de ellas, entonces será para ti como si rieran todas
las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!
Descolores.
Rutinas extrasensoriales.
viernes, junio 23, 2023
No te quiero.
Fuente: istockphoto |
domingo, mayo 21, 2023
Al despertar.
Fuente: Redbubble |
- Hola.
- Mucho gusto.
- El gusto es mío.
- El placer es nuestro. Si me permite decirle, me gusta mucho su mirada.
- Y a mí su sonrisa.
- Si no le incomoda, puedo quedarme y hacerle compañía.
Y se quedaron.
jueves, mayo 18, 2023
La puerta.
- Al lugar que tú quieras.
- Mmm... Hay un problema.
- ¿Cuál?
- Estoy exactamente en el lugar donde quiero estar.
domingo, mayo 07, 2023
Los gemidos de Pavlov.
Se dice que somos animales de costumbre. Y que en 21 días puedes crear un nuevo hábito. Nosotros necesitamos apenas uno, quizá dos, para reforzarlo. Despertarnos con la alarma, encontrarnos en la cocina y darnos los buenos días mientras uno sacaba los ingredientes para preparar el desayuno y el otro buscaba en su celular la banda sonora de la mañana, para luego, juntos, entre baile, risas, miradas cómplices y cáscara de manzana preparábamos la primera comida del día, la favorita de ambos. Luego el "niño" (con más canas y experiencias vividas) llegaba y se unía. Y así los tres compartíamos conversaciones variopintas. Siempre con risas, siempre con buena vibra.
En el tercer día (o noche, más bien), gracias a un inmovilizador e incómodo dolor de cuello, se agregó un nuevo hábito a la rutina: dormir juntos. Tu cama era más grande, la mía improvisada y pequeña. La conexión fue inmediata. Ambos estábamos (estamos) rotos y, sin darnos cuenta, al abrirnos y acercarnos en nuestra vulnerabilidad nos estábamos curando. Historias similares de fracasos, que si los vemos bien, no lo son. O debemos sacarles ese estigma que la sociedad y crianza nos han impuesto. Son decisiones necesarias que debemos tomar para seguir caminando en este sendero llamado vida. Sendero que siempre puedes modificar porque, como bien dice la frase: "caminante no hay camino, se hace camino al andar". Son aprendizajes que nos vuelven más fuertes y más sabios. Más humanos, reales y auténticos. Nos enseñaron que los fracasos son malos pero estábamos justamente en un taller donde teníamos que fracasar y disfrutar de ese estado. De esa vulnerabilidad. Sin miedo. Ay, el universo es tan lindo cuando te encaja las cosas en el momento justo.
Destendimos juntos la cama. Me acosté yo, te acostaste tú. Nos arropamos. El frío (¿sólo el frío?) hizo que nuestros cuerpos se acercaran para prodigarse calor (¿sólo calor?) y así, sin más, encajamos. Mi brazo por encima de tu pecho. Tu mano acariciando mi brazo. Mis dedos se perdían en tu cabello. Nuestras piernas se entrelazaron. Sentíamos nuestras respiraciones. Podía escuchar el latir de tu corazón. Intentamos quedarnos dormidos pero no pudimos. Cambiábamos de posición cual bailarines de contact. Siempre tocándonos. Con mucho cariño, con mucho respeto. Cuidándonos.
Así pasaron los minutos, muchos, muchos minutos, sin poder dormir. Lo sentíamos. Nos sentíamos. Queríamos acercarnos más. Yo quería besarte. Sabía que tú también. La respiración nos delataba. Pero ninguno decía nada. El temor se colaba entre los espacios que dejaban nuestras curvas. La incertidumbre se hizo presente. Pero la honestidad brotó de mi boca al susurrarte: "Es obvio que queremos besarnos". Escucharte decir "sí" me hizo sonreír y aunque estábamos en penumbras creo que te diste cuenta. "Pero tengo miedo que esto cambie esta linda dinámica que estamos creando", te dije. Y tú también temías lo mismo. Porque sabemos que hay momentos en la vida en los cuales das un paso y no hay marcha atrás. Y estábamos a punto de tomar uno. Se dieron un par más de intercambios verbales, confesiones y anhelos y nuestros labios se acercaron lentamente. Nuestras lenguas dejaron de producir vocablos para transformarse en otro tipo de sonidos. Ay, el universo es tan lindo cuando te encaja las personas en el momento justo.
Despertar al día siguiente, juntos y sonriendo fue el primer indicio de que la dinámica no iba a cambiar. Pero resulta que sí lo hizo. Cambió, para mejor. Descubrimos que compartíamos las mismas rutinas, como ser madrugadores, el gusto por retozar un rato antes de levantarnos, el ser metódicos para tender la cama, meditar. Nuestros movimientos estaban tan sincronizados que parecían ensayados. Si yo entraba al baño tú doblabas la ropa. Si tú te cepillabas los dientes yo llenaba los termos con agua. En ocasiones nos adelantábamos al pensamiento del otro. Si yo pensaba en el abrigo tú ya los tenías listos para elegir. Si tú buscabas tu morral yo ya lo tenía en la mano. Y así la dinámica se enriqueció.
Cuatro días se convirtieron en ocho. Y ocho se transformaron en diez. Días para conocernos, noches para explorarnos. Nos hicimos bien. Fuimos terapia. Confirmamos que la esperanza no debe perderse y que aunque podemos extraviarnos y ver nublado el camino debemos seguir caminando, confiando en que esa neblina se va a disipar en cualquier momento. En que volveremos a ver con claridad. Confiar en la incertidumbre. Aprender a aceptar, a soltar. Disfrutar el momento. Estamos aquí y ahora. Fueron diez días en que crecimos (y también nos hicimos chiquitos), reímos, lloramos, sentimos. Vivimos. ¡Estamos vivos!
Gracias es lo Mínimo que puedo decirte. ¿Y desearte? Bueno, eso lo dejaremos en suspenso... Sabes lo que te quiero decir, ¿no?
jueves, abril 13, 2023
El lengüetazo.
Hoy me pasó algo bonito mientras meditaba. Hace 15 años mi papá murió en Ayampe, en la playa en la que estoy en este momento escribiendo esto. Me vine desde el domingo a la playa y cada día he estado meditando. Sé que debería meditar todos los días pero por dejadez no lo he estado haciendo. Sin embargo acá en este ambiente salino y con las olas del mar de fondo es mucho más rico. El mantra de cada día ha surgido mientras estoy meditando. No es que ya lo leí antes o lo pensé. Sale mientras estoy en plena meditación.
El día de hoy estaba sentada en el lugar "exacto" donde sacaron su cuerpo del mar, entre comillas porque la memoria es buena para protegerte y en verdad no recuerdo con exactitud el lugar pero sí otros pequeños detalles, como mis zapatillas hundiéndose en la arena mientras corría o su pie que sobresalía de la sábana con la que lo tenían tapado y la tobillera que le arranqué y guardé un buen tiempo. Y mientras me encontraba en plena meditación de repente sentí unos pasos cerca mío, pasitos atolondrados y apurados. Al instante sentí un lengüetazo en la cara y unos pelos que me empezaron a saludar. Automáticamente abrí los ojos y vi un hermoso perro blanco saludándome, disfrutando de la playa, contento de verme y de que esté ahí. No sé si habrá sido papá, como diciendo: "¡Qué alegría verte aquí!". Estaba con otro perro más tranquilo, como diciendo: "Eehhh... Aquí está bien la cosa, saluda nomás. Hola, ¿Qué tal?"
Ese perro me llenó de arena, de alegría. Y ese perro me inspiró el mantra del día de hoy y fue el mantra que subí a TikTok: "Recibo y agradezco lo que el universo tiene para mí".
Fue la interrupción más hermosa que he tenido en una meditación.
La única foto que pude tomarles. El blanco fue el saludón. |
Postdata: Al día siguiente, en otra playa, me saludó otro perro. Bello.