lunes, septiembre 27, 2004

Rosamel

Otro tabajito de la u... Tení­a que relatar el momento del suicidio del protagonista...


Rosamel era un chico de casa, más de lo que cualquier joven de su edad pudiera ser. Pasaba la mayor parte del tiempo en ella, grabando en su memoria cada minucioso detalle que encontraba: La gotera en el techo del baño, la tabla suelta de la buhardilla, el clavo sobresalido del pasillo, la cortina desgastada de la cocina, y así­ sucesivamente.

Conocí­a cada secreto que ella ocultaba, tanto así­ que Rosamel se convirtió en parte de la misma. Casi nunca salí­a, sólo cuando era estrictamente necesario. Sus padres pensaron que simplemente era un chico tí­mido al cual se le hacía difí­cil hacer amigos.

Sin embargo, Rosamel no tení­a amigos porque no los necesitaba. Tení­a suficiente compañí­a en el lugar donde se encontraba así que no necesitaba más. A veces se lo escuchaba conversar, pero nunca se escuchó respuesta alguna, aunque a Rosamel parecí­a no importarle, él seguí­a hablando.

Pasó gran parte de su vida viviendo en esa casa que adoraba con su vida, pero llegó el dí­a en que tuvieron que mudarse por falta de espacio, la familia crecía mas la casa no. Rosamel se opuso rotundamente, no quería abandonar su amado hábitat. Pero sus quejas fueron en vano, no había otra salida, debían irse a un lugar más espaciado. Rosamel no sabí­a qué hacer, por más que le daba vueltas no encontraba solución alguna.

Le tuvieron que hacer las maletas pues él se rehusó. Sus hermanos trataban de hacerle cambiar de parecer contándole lo maravillosa que iba a ser su nueva casa. Pero él no escuchaba, no se imaginaba viviendo en otro lugar, dejando atrás todo y a todos.

Fue en el último dí­a cuando presenciaron la desagradable escena. Ya estaban listos para irse, el carro de la mudanza esperaba afuera con todos los objetos y maletas en la parte de atrás. Rosamel no bajaba por más que le gritaban por lo cual su mamá decidió subir a buscarlo y hacerlo bajar a la fuerza. El grito de terror hizo que toda la familia subiera a tropezones por la estrecha escalera. El padre fue el primero en llegar pues subió de dos en dos los escalones. Su esposa se encontraba tendida en el suelo inconsciente, mientras que Rosamel se balanceaba inerte de una soga amarrada al techo.

Rosamel nunca quiso irse de su amada casa, y hasta el dí­a de hoy no se va. Ahora sí se puede decir que él es parte de ella.

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