domingo, noviembre 21, 2004

Juegos de sábanas

Era domingo, dí­a en que Paulina cambiaba las sábanas de su cama. No sabí­a si poner las blancas con flores o las de melón llano. La lavadora estaba prendida en el último ciclo, el de secado, y en ella se encontraban los demás juegos de sábanas, con sus respectivas fundas de almohada. Bueno, menos una funda del juego rosa chifón que hasta el dí­a de hoy encuentra.
El ventilador estaba prendido a la máxima potencia, la radio se encontraba en su estación favorita. Pau, como le decí­an sus amigas, se encontraba descalza y con la pijama todaví­a puesta. En su mesita de noche, su café con leche de todas las mañanas.
Luego de apagar la lavadora regresa a su cuarto con una lavacara llena de sábanas por doblar. Primero toma la azul cielo, esa sábana le hacia acuerdo de Alfredo, un chico que conoció una noche calurosa en un bar. Luego de un par de tragos recuerda, sonrojada, que lo llevó a su casa y lo arrojó salvajemente a la cama e hicieron el amor entre las nubes, envueltos en su sábana azul cielo.
El rosa chifón le recordaba a Renato y a Christian. Uno era el mesero del restaurante al que Paulina iba todos los miércoles y domingos a almorzar. En la noche, se lo cenaba a él, untándole miel o crema chantilly. El otro era un muchacho que iba a arreglarle la computadora y de cuando en cuando le regalaba alguna clave pirata. Luego de realizar su trabajo, los dos se conectaban en 1000 megas de placer.
Paulina tomó un sorbo de su café, el cual sigue todaví­a un poco caliente para su gusto. Luego de revolverlo un poco toma la sábana verde claro con un diseño de hojas. Esa le recordaba a Carlos, un colombiano que conoció en la fila de un banco. Como era fin de mes, la cola era extremadamente larga, así­ que la disfrutaron conversando de muchos temas. La invitó a comer y cuando le ofreció servirse un postre, ella ya tení­a otro en mente.
De Lucas no querí­a acordarse, por eso nunca usaba la sábana de color lila. Aun así­ la lavaba y no sabí­a porqué. A él lo conoció en una discoteca y luego de bailar toda la noche, disfrutaron el amanecer envueltos entre las sábanas. Pero cuando Lucas hizo un hueco en la misma con el cigarrillo, Paulina lo botó de inmediato.
Y así­, cada juego de sábanas le recordaba a algún amante que habí­a pasado por su cama, menos a uno, David. Con él hizo el amor en el sofá y le rompió el corazón cuando se marchó al dí­a siguiente sin despedirse.
Paulina se decidió y tendió la cama con la sábana blanca con flores, se terminó su café y se metió al baño. Al pasar una hora se encontraba lista, se mira en el espejo y sale de su casa para dirigirse al centro comercial. Allá­ va a comprar un juego de sábanas concho de vino que Xavier, el chico que trabaja en la tienda, le mostró la semana pasada junto a una sonrisa pí­cara y coqueta.

1 comentario:

Joseph Seewool dijo...

Muy tangible ese sistema de clasificación, por sábanas, aunque a la larga puede generar cierta acumulación de lencería.
La quemadura de cigarrillo imperdonable.
Muy buen relato, original y atrevido.