De repente todo a tu alrededor te hastía.
Sales del salón, sin mirar atrás, simplemente quieres atravesar la puerta y salir de ese lugar, de ese ambiente, de ese aire pesado que invade tus pulmones y no te deja respirar libremente.
Libre, libertad, quieres ser libre, olvidarte de todo.
Un día más que se va, táchalo porque ya se fue, olvídalo porque no volverá.
Y así transcurre el tiempo, las ganas y el deseo. ¿Deseo de qué? De nada, deseo de nada es lo que pasa, lo que se siente, lo que se quiere.
Y los ojos se van cerrando y no se tiene sueño, pero se quiere dormir. Soltarse la cola de caballo que te ha apretado todo el día, desamarrar los cordones que te ataron, el carnet que te identifica, el reloj que te marca el tiempo. Olvidarte de todo y de nada, ser nada, ser nadie.
Y te vas del salón con una caja bajo el brazo, sin decir nada, sin mirar a nadie. Pasas por el umbral y detrás de ti se quedan todos, y al final, sólo cierras la puerta.
Se acabó...
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