lunes, diciembre 19, 2011

Gotas de placer

Sus cuerpos agotados decidieron descansar en el dulce frío que brindaba el piso. Uno a lado del otro, cabeza con cabeza. Ella miraba el techo. Él la veía (ella de reojo sentía sus ojos posándose en su rostro). La conversación no tenía un rumbo definido, saltaban de un tema a otro, -como mis dedos en tu espalda dibujando líneas al azar-.


- No sé cómo vayas a tomar esto. Estoy en una disyuntiva: no sé si me caes muy bien o me gustas.


Entre señales confusas, risas, preguntas (¿crees que seguiría aquí?), y definir que el beso es el primer filtro, él se acercó a sus labios. Suaves y carnosos, tal como le gustan a ella. Un dulce y jugoso jugueteo empezó a darse en sus bocas. Y más abajo, entre sus piernas, una pequeña tempestad se desataba.


Poco a poco sus manos empezaron a recorrer su espalda, era una nueva geografía a su tacto, tenía que explorarla. A ella le gusta acariciar. Sentir con la yema la piel de su amante. Con sus párpados cerrados ver a través de los dedos, sutil y cadencioso, llevando el ritmo que le marca el placer del momento. Disfruta sintiendo, respirando, ahogando, percibiendo, dejándose llevar.


Luego de pasar el primer filtro, sus ansias de saborear nueva carne los arrastró a su habitación. Ahí la terminó de desvestir y fundieron sus cuerpos, formando una simbiosis de beneficio mutuo. Él le iba a dar goce, ella estaba dispuesta a ofrecer sus placeres.


Su cuello sabía a sudor, su cabello olía a sol, sus bocas sonaban a sexo. Un armonioso vaivén de caderas la iba elevando poco a poco a ese mundo donde todos somos iguales: animales salvajes hechos de instinto primario.


A él le gustaba verla mientras la penetraba, acariciando su rostro mientras le quitaba el cabello que entorpecía su visión. Ella sonreía al tacto mientras disfrutaba sus embistes. La salinidad empezó a destilar de sus cuerpos, tibias gotas de éxtasis carnal se deslizaban en sus curvas, empapándolos, sofocándolos.


Entrelazaron sus manos, ella saboreó su verga, él marcó su espalda a punta de besos, ella reía, él la disfrutaba, ellos gozaron. Y así cada uno llegó a la cima (ella primero, él en su boca), aquella dulce agonía, esa sutil y breve muerte, en donde te abandonas y el mundo se detiene mientras cierras los ojos y abres la boca, dejándote caer, soltándolo todo, olvidándote del ayer, del mañana. Hoy, ahora, ese preciso instante. Eso es un orgasmo.



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