lunes, junio 15, 2015

Voluntariado en el oriente ecuatoriano.

Este fin de semana mi espíriru aventurero se embarcó en un nuevo viaje. Junto a mi puerquita favorita (Babe no es nada comparado a Noemí), nos trepamos en un bus rumbo al Puyo. ¿Y qué fueron a hacer una mona y una puerca en el oriente ecuatoriano? Trabajo voluntario.

Todo comenzó algunas semanas atrás, gracias a Facebook encontré una fundación que ofrece la oportunidad de realizar trabajo voluntario y conocer las distintas regiones del Ecuador. Originalmente estaba destinado a personas extranjeras, podían venir por periodos de varias semanas a trabajar junto a alguna comunidad de la costa, sierra, oriente o región insular, y a cambio recibían hospedaje y alimentación. Además de poder convivir con dicha comunidad y conocer sus costumbres. Sin embargo ahora también nos dan la misma oportunidad a los nacionales.

Sin alargar mucho la historia, el jueves de noche nos estábamos embarcando en un bus con destino al Puyo, donde nos iba a esperar un representante de la comunidad para llevarnos a su casa. En total éramos un grupo de 8 personas: 3 guayacos, 3 quiteños, y 2 alemanes. Sin conocernos previamente, vivimos 3 días como miembros de una misma familia. Nuestro objetivo: terminar de construir una torre de agua lluvia, para la implementación de unas duchas.

Telmo y Elsa nos abrieron las puertas de su casa. Una pareja de esposos muy sencilla, y con mucho para ofrecer. Junto a sus 11 hijos (sí, leyeron bien, 11. Eran 14, pero han fallecido 3), nos introdujeron en sus ritos, costumbres, comida. Primero Telmo nos dio una bienvenida e introducción al proyecto. Luego Elsa nos dio a probar agua de guayusa, una planta que posee muchísimos beneficios para el organismo. Y después nos pintó a cada uno el rostro, con achiote, como hacen ellos. Para terminar la bienvenida, nos dieron a probar agua de tabaco, lo cual fue una experiencia aturdidora, al inicio. Es una mezcla de vigor, mareo, amplitud mental, y energía. Puede ser un poco difícil explicarlo en palabras. Recibes un poco de agua de tabaco en la mano, y la aspiras de a poco. Primero sientes una especie de golpe en la cabeza, el cual se convierte en un cosquilleo. Yo lo sentía hasta atrás de las orejas, como pequeñas agujas. Sentí un ligero mareo y se vino una oleada de vigor, y empecé a pensar con claridad. No, no tenía nada alucinógeno. Es simplemente como un despertar, estar conciente de lo que te rodea. Todos sentimos casi lo mismo, pero cada uno a su propia manera. A unos "les pegó" más, a otros menos.

Ese día terminamos de instalarnos en la cabaña, y ayudamos a preparar la comida. Otra nueva experiencia por descubrir. Cocinar al aire libre y con leña. 3 troncos forman el círculo donde se pone la olla, encima de ramas que abrasan y al calor del fuego la comida toma un sabor particular. Sin energía eléctrica, los alimentos son frescos, vegetales y granos en su mayoría. Yuca, papa, zanahoria, orito verde, arroz, pescado, huevos, entre otros, fueron los ingredientes del menú de aquellos días. Cultivan algunas cosas, el resto lo consiguen en el Puyo.

Olvídense de las comodidades de la ciudad. Algunos ni siquiera tenían señal celular. ¿Se te descargó algo? La casa con energía eléctrica más cercana se encontraba a 10 minutos caminando. ¿Baño? Claro, la letrina al lado de la cabaña. ¿Ducha? Las estamos construyendo. A bañarse al río, muchachos. ¿Antojo de algo de picar, un chocolate, una cerveza heladita? La tienda está al lado de la casa con energía eléctrica. Aquí uno se despoja de muchas cosas que son tan comunes en nuestro día a día. Y por el contrario, necesita otras. Repelente para mosquitos, toldo para la cama, botas de caucho para agua, poncho o impermeable. El lodo, los bichos, sonidos de la naturaleza que jamás escucharás en la ciudad. Muchas cosas nuevas para una persona que está acostumbrada a la jungla de concreto. Por suerte para esta mona que ya se ha lanzado antes a este tipo de aventuras de supervivencia, no se le hizo mayor problema.

Telmo nos hizo un recorrido por el jardín botánico Yuku Runa, enseñándonos diversidad de plantas y sus distintos usos. Desde las ornamentales, curativas, para cocinar, y las venenosas. Descubrí que hay una hoja de ajo, una que sabe a limón y te puede ayudar en casos de sed, las que utilizan para envenenar las puntas de las lanzas para cazar, y la famosa ortiga. Y adivinen quién se dejó "ortigar". Pero en la muñeca nomás, y despacito. Para conocer la sensación. No quisiera tener que vivir esa experiencia.

En la noche, luego de la cena, seguimos conversando y conociendo más de su cultura y costumbres. Nos dieron a probar un poco de guanchaca, y decidimos avanzar al pueblo, pues nuestros gadgets tenían sed de energía (y un par de cerveza). Llegamos a la casa de Rodas (el padre de Telmo) quien nos abrió también sus puertas y nos comentó que al día siguiente iban a tener una feria y estaban preparando tremendos baldes de tilapia, recién pescada. Les ayudamos a recoger agua, los niños estaban jugando rondas, y los jóvenes un buen partido de fútbol, en el que nos integramos. Yo, sentada en las gradas, disfrutaba un espectáculo internacional. Indígenas, serranos, costeños, y alemanes, todos jugando. Ni siquiera hablaban el mismo idioma, no lo necesitaban. Luego de algunos goles, y derrotas, se refrescaron con un par de heladas y retornamos a la cabaña. Era hora de descansar, al día siguiente nos tocaba trabajar.

Los rayos de sol atravesando la ventana nos despertó. Luego bañarme en el río (me sentí como la de la Laguna Azul, pero con pelo corto, libras de más, y traje de baño), Elsa nos preparó el desayuno. Ayudamos entre todos, y comidos, empezó la jornada. Unos cargaban troncos, otros recolectaban piedras, otros hacían los huecos para las bases, y así fuimos armando la torre. El clima fue favorable ya que nos permitió trabajar sin exceso de sol ni lluvia. Un pequeño receso a media mañana, el almuerzo al mediodía, y a seguir trabajando por la tarde, hasta que la terminamos. Estábamos orgullosos del trabajo realizado.

Cayó la noche, y luego de cenar, alzamos la mirada al cielo y vimos un espectáculo hermoso: el cielo completamente estrellado. No recuerdo la última vez que habré visto un cielo así, repleto de estrellas. Fue mágico. Todos terminamos en el centro del espacio, con los sleepings abiertos, acostados, viendo las estrellas. Para rematar, pudimos observar algunas fugaces. La emoción nos embargaba. Oscuridad total, los ruidos de la noche, y las estrellas. En ese momento, no necesitaba más. Fue de esos momentos perfectos, en donde sólo te queda sonreír y agradecer lo que estás viviendo, sintiendo. De repente uno de nosotros empezó a cantar, y todos seguimos el juego. Terminamos haciendo un karaoke improvisado con un repertorio de canciones inigualable. Hasta Vania, la alemana, nos cantó un par en francés.

Para finalizar la noche, Telmo nos relató una historia de sus ancestros, sobre el sol, la luna, y las estrellas. Lamentablemente, debo confesar, que tenía mucho sueño y frío, y no la pude escuchar bien. Pero recuerdo que hablaba sobre que el sol y la luna eran hermanos, y se pelearon por una mujer. Fueron separados, pero de alguna manera están juntos. Y fue así que el cansancio, el momento, el tabaco, las estrellas, y las canciones, me llevaron a un sueño profundo. Sé que mis compañeros se quedaron conversando. Yo caí en brazos de Morfeo.

Domingo amaneció con neblina. El sol se colaba a través de las ramas, y con el leve rocío de la mañana, creaba un paisaje típico de película. Desde la cabaña vi a Elsa avivar el fuego de la leña, y me pregunté si era feliz. Me puse en su lugar. Con 42 años tiene 14 hijos, no tiene luz, refri, televisión, internet. Cocina a leña, hace artesanías, recibe extranjeros en su casa. Tiene 2 perros y un par de loros. Camina descalza. Luego me surgió la pregunta, no sólo si era feliz, sino si estaba satisfecha con su vida. Y saben qué, creo que sí. A lo mejor y somos nosotros los que necesitamos más, para ser felices. Y creemos que necesitamos más porque así nos lo ha impuesto el sistema. Que mientras más tengamos, más felices seremos. Más dichosos, satisfechos, plenos. Telmo y Elsa no necesitan más. Y lo poco que tienen, lo brindan sin reparo. ¿Lo poco? ¡Ja! Tienen mucho, muchísimo para dar. Como bien dice un diálogo de una de mis pelis favoritas: "Las posesiones nos terminan poseyendo".

Luego de esa mañana filosófica, desayunamos, avanzamos al pueblo para cruzar el río Pastaza en una tarabita, y tocó emprender el regreso. Luego de abrazos, agradecimientos, y despedidas, nos embarcamos en uno de los 3 buses que nos tocó tomar, y a la medianoche Noe y yo pisamos nuevamente nuestra hermosa ciudad. Cansadas pero contentas. Una espectacular aventura.

Mi espíritu viajero me reclamaba que le faltaba conocer el oriente, su propio oriente. Pienso que antes de lanzarme a conocer el mundo, primero quiero conocer de dónde vengo, mi tierra. Sé que todavía me falta conocer ciertos lugares de mi hermoso país. Pero por ahora estoy contenta de poder decir que conozco las 4 regiones del Ecuador. Ahora sí, que se venga el mundo.


Gusanitos. ¿Me los comí o no? Busquen más abajo.


Tortillas hechas de orito verde, refrito, y queso.


4 hijos de Telmo y Elsa, viendo fotos en un iPad.

Amaru, el más pequeño de los 14 hijos.





Foto sacada del FB de la fundación. Pero no les exagero si les digo que ASÍ se veía esa noche.



¡Sí! ¡Me lo comí!

1 comentario:

Denn dijo...

Hola! Muy interesante tu experiencia. Yo también estoy interesada en el voluntariado en el oriente ecuatoriano. Me puedes decir la fundación en la que participaste?? Te dejo mi correo scandell1989@hotmail.com. Muchas gracias!