lunes, agosto 03, 2015

La otra Metrovía.

Una de las cosas que menos me gusta hacer en Guayaquil es tomar la Metrovía. Casi siempre va atestada de gente, creyendo que pueden violar la física tratando de entrar a empujones antes que salgan los pasajeros que van dentro del bus, con diversidad de olores y hedores, acalorada e incómoda. 

¿No me creen? Miren esto:

Por ello prefiero tomarla cuando es exclusivamente necesario, y casi nunca en horas pico. Si debo tomar transporte público, prefiero caminar un poco más y agarrar alguna buseta que aunque me deje un poco más lejos, vaya más cómoda. 

Sin embargo la otra noche iba para el centro a ver al Circo Invisible (¿no los han visto? Los sábados en la Plaza San Francisco a partir de las 22h30) y debido a la hora, decidí tomar la Metrovía. No se imaginan la delicia de viaje que tuve. Fue otro mundo.

En primer lugar, como no tengo tarjeta, y no me interesa comprar una cuando tomo la Metrovía 2 o 3 veces al mes como mucho, siempre busco alguna persona que me preste la suya, y yo le doy los 25 centavos. Hasta ahora nunca me han dicho no. Pero esa noche pasó algo inesperado. No sólo la chica me cedió su tarjeta, sino que ni siquiera me aceptó el pago. Me dijo "no te preocupes". Yo sorprendida. Y le agradecí, por supuesto. ¿Será que tiene pasajes gratis? La chica estaba acaramelada con su enamorado. A lo mejor y estaba rebosante de endorfinas. 

Llegó el bus y estaba maravillosamente vacío. Me sentí como Chihiro cuando toma el tren. Encontré asiento sin problema. Las pocas personas que habían estaban ensimismadas en sus pensamientos. Todos estaban tranquilos.

Hasta sacaban los celulares -inserte aquí emoji de Whatsapp de carita sorprendida y manos en las mejillas-

Las luces eran tenues. Y creo que empecé a ver una pequeña danza en la mitad del bus, justo donde se articulan ambos carros, y en el momento de girar esa parte del piso se mueve. Lo vi como un cadencioso movimiento de cadera. ¿Estoy viendo a la Metrovía sexy? Hay algo mal en mí.

Llegué a la parada de la Biblioteca y me bajé para agarrar el siguiente bus, aquel que viene del sur. Y al subirme percibí un olor inconfundible: pescado. No hubo duda alguna que alguien venía de la Caraguay. Aquel aroma de pescado crudo recién sacado del agua no pasa desapercibido. Aquel carro venía "aromatizado".

Y así llegué a mi destino. Rápido, cómodo, y gratis. La verdad que disfruté el viaje.

Si así fuera la Metrovía en otros horarios...

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