jueves, abril 27, 2017

"Le dejo al niño porque está malcriado".




En mi trabajo atiendo muchas personas al día, y algunas de ellas suelen venir con algún niño. Bueno, a veces traen el batallón. Cuando el niño es bien portado me encanta. Se sienta o se queda parado al lado del adulto. Si me saluda, ¡me derrito! Y se queda tranquilo. Puede estar jugando, viendo alrededor, o escuchándonos (aunque no entienda nada). En otras ocasiones el chamaco empieza a exigir atención: llama al adulto, interrumpe, se empieza a mover, etc. Un buen llamado de atención y finito. Asunto arreglado. Comprendo que acompañar a los padres a hacer diligencias no es nada entretenido para un pelado. Recuerdo cuando me tocaba ir con mi madre a realizar sus trámites. Y sí, uno se ABURRE. 

Pero, ¿qué sucede cuando el pelado no hace caso y el adulto saca la famosa frase: "Pórtate bien o le digo al guardia que te lleve"
Me hala de los pelos. 

En mi adultez he aprendido el peligro de lanzar semejante amenaza a un menor. Ah, y esperen que tenemos sus variaciones: 
- "Le digo al policía que te lleve"
- "Te va a llevar el Cuco". (Esta sí es de antaño. Hace tiempo no la escucho). 
- "El doctor te va a poner una inyección"
- "Te voy a dejar aquí botado"
- "La niña se va a poner brava". (La peor para mí. Yo, aquí, la villana, la roba niños, la bruja de la historia). 
- "Niña, le regalo al niño". (Ni loca. ¡Lléveselo!) 

Entiendo que es algo que aprendieron de sus padres. Y se transmite de generación en generación. Muchos recibieron la misma advertencia cuando eran menores. Pero no, no, no. Es nefasto. 

Primer error: crear temor e inseguridad. 
Miedo a que se lo lleven. ¿Entiendes lo que significa eso? Ponte un momento a pensar como un niño. Un niño que confía en sus padres, que debe confiar en los adultos. Y el mismo adulto en quien más confía lo amenaza con regalarlo, dejarlo, o permitir que un desconocido o figura de autoridad le haga daño. Imagínate el trauma que puedes ocasionarle. La figura que lo cuida, lo protege, lo ama. 

Segundo error: aprende a portarse bien por temor, no porque es lo correcto. 
Un niño debe aprender a comportarse, y entender que en ciertos lugares debe quedarse tranquilo. Que hay un momento y un lugar para todo. No por miedo a que le pase algo malo. Peor cuando lo amenazas con una figura de autoridad a la que no debería temer. Después no entienden por qué le tienen miedo al doctor, al dentista. Una persona en la que deben depositar su confianza, respetar.

Tanto así que han habido campañas donde piden que dejen de utilizarlos como herramienta de amenaza ante un mal comportamiento. 






Tercer error: se vuelven personas complacientes a las que les cuesta decir "no".
Sé que esto suena exagerado, pero puede desarrollarse este comportamiento. El niño cree que sólo van a quererlo si se porta bien y precisamente por este motivo, podrá hacer cosas que no quiera, por el hecho de complacer a sus adultos. Y cuando crece se convierte en una persona que hará cosas que no quiere por compromiso, por no "quedar mal". Y le costará decir "no". Complacerá a todos, para ser aceptado, querido, apreciado. 

Cuarto error: mamá sólo me quiere cuando me porto bien.
El más grave, para mí, de todos. Condicionar el amor.

También sé que es difícil que una criatura pequeña entienda el concepto de esperar, realizar trámites, sentarse en un escritorio y no entender qué están haciendo. Para entretenerlo lleva un juguete, algo en que pueda enfocar su atención. Y así va a ser más llevadero para él. Y háblale. Explícale. Creer que porque es "niño" es bruto y no entiende, es menospreciar su capacidad cognitiva. Los pelados pueden ser pilísimas, si los educas. Si les das tiempo, espacio, calidad. No tratarlos como adultos, pero sí enseñarles a razonar, a comprender. No les das la tablet y ahí que no joda...

Este tipo de reprimendas lo que hacen es erosionar la confianza en sus mayores, en los adultos, en las figuras de autoridad. Y esto, aunque no lo crean, queda grabado en el subconsciente y al crecer les puede dificultar entablar relaciones afectivas sanas.

Me encantan los niños, hasta que empiezan a hacer berrinches. Y por alguna razón el universo no me ha dado hijos. Lo cual agradezco. No sé si quiera ser madre, al menos en esta vida. Sin embargo, sigo aprendiendo.

Ay, si supieran cuántos niños me han querido regalar...

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