Lámpara de velador, fiel compañero en mis momentos de inspiración, iluminando mis sentimientos, ayudándolos a florecer, a germinar en mi interior. Tu luz, suave y tibia, me acompaña en mis noches frías... Te hago partícipe de lo que tengo dentro.
No logro sacarla de mí ser, por más que a veces lo trato, no lo consigo. A veces sé que quiere, otras, no sé lo que quiero. Tampoco sé si lo que estoy haciendo está bien. No quiero volver a sentir un corazón roto, y por eso lo protejo pero, sin darme cuenta de lo que hago a veces, lo dejo ahí, vulnerable, para que él lo coja en sus manos, entre sus dedos y yo, temiendo, se lo arrebato. Quizá se dé cuenta, talvez no, pero igual temo, le temo al hecho de volver a salir lastimada.
Hay ocasiones en las que me dejo llevar, olvidándome que pienso y concentrándome en el sentir. Lo exploro, lo descubro, juego con su cuerpo, perdiéndome en sus formas. Lo veo disfrutar y eso me produce placer, y sigo, continuo con mi excursión. Recorro cada palmo, oliendo; rozando; besando; mordiendo; lamiendo; rasguñando, cada poro, cada pequeño tramo de su ser. Y siento que se eleva, noto cómo se deja llevar por el momento y me enorgullezco de ser la autora de ese placer. Y ríe, me mira, se deja, se entrega a mí, y es mío, en ese instante, lo poseo, es mío.
Son mañanas gloriosas para mí, son horas en las que descubro a un nuevo ser, tanto en él como en mí. Nunca, con nadie, me he comportado así, hurgando, buscando netamente el placer del otro, de él. Cuando empezamos esa danza, ese ritual, me convierto, olvidándome de mí y enfocando mi atención en él. Porque disfruto viéndolo sentir placer, escuchando sus gemidos ahogados, sintiendo los brincos o espasmos que brotan en su cuerpo al compás de mis movimientos. Sé lo que le gusta, y adoro hacerlo. Me place descubrirle cosas, lugares de gozo para sí mismo, y cuando encuentro alguno, lo guardo en mi memoria, apuntándolo en mi lista. Y sigo, descubriendo, buscando; explorando; curioseando.
Me gusta verlo y descubrirlo mirándome. Sus ojos toman un brillo especial, conjugándose con una mirada penetrante, profunda. Sus ojos, ligeramente cerrados debido al placer que lo embarga, se clavan en mí. A esto se junta su boca, semiabierta, la cual es increíblemente sexy. Sus labios, del grosor exacto, húmedos y calientes. Su lengua, fuego líquido. Sus manos, queman al tacto, se deslizan, apretujan, se hunden, vuelven a salir, se pierden, me encuentran. Su vos, suave, como un susurro a veces, pero grave, fuerte, penetrante.
Y así, mi querida lámpara, pasan los días, sin seguir sabiendo lo que pasará, pero eso sí, lo que sé, es que lo hago disfrutar, y me gusta hacerlo. Sólo espero no arrepentirme después. Aun así, si llegase a pasar, recordaré estos días, en los que me escondo en su cuarto, ocultándome del mundo por un par de horas, en las que dejo de ser yo, y vengo a formar parte de él y él, parte de mí, convirtiéndonos así, en un solo ser para perdernos así en un mundo lleno de gozo, lleno de placer.
2 comentarios:
Es maravillosa esa vitalidad, esa búsqueda y aceptación del placer sensual.Ser y saberse dadora de gozo, generadora de disfrute.
Me llena de optimismo y es para mí un privilegio leer algo tan deliciosamente íntimo, ser un poco partícipe (con todo respeto). Gracias por compartir y por hoy me despido con este sabor tan agradable.
-suspiro-
Aquellos tiempos... aquellos tiempos...
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