lunes, septiembre 27, 2004

Lámpara de velador

Lámpara de velador, fiel compañero en mis momentos de inspiración, iluminando mis sentimientos, ayudándolos a florecer, a germinar en mi interior. Tu luz, suave y tibia, me acompaña en mis noches frí­as... Te hago partí­cipe de lo que tengo dentro.

No logro sacarla de mí ser, por más que a veces lo trato, no lo consigo. A veces sé que quiere, otras, no sé lo que quiero. Tampoco sé si lo que estoy haciendo está bien. No quiero volver a sentir un corazón roto, y por eso lo protejo pero, sin darme cuenta de lo que hago a veces, lo dejo ahí, vulnerable, para que él lo coja en sus manos, entre sus dedos y yo, temiendo, se lo arrebato. Quizá se dé cuenta, talvez no, pero igual temo, le temo al hecho de volver a salir lastimada.

Hay ocasiones en las que me dejo llevar, olvidándome que pienso y concentrándome en el sentir. Lo exploro, lo descubro, juego con su cuerpo, perdiéndome en sus formas. Lo veo disfrutar y eso me produce placer, y sigo, continuo con mi excursión. Recorro cada palmo, oliendo; rozando; besando; mordiendo; lamiendo; rasguñando, cada poro, cada pequeño tramo de su ser. Y siento que se eleva, noto cómo se deja llevar por el momento y me enorgullezco de ser la autora de ese placer. Y rí­e, me mira, se deja, se entrega a mí­, y es mío, en ese instante, lo poseo, es mí­o.

Son mañanas gloriosas para mí­, son horas en las que descubro a un nuevo ser, tanto en él como en mí­. Nunca, con nadie, me he comportado así­, hurgando, buscando netamente el placer del otro, de él. Cuando empezamos esa danza, ese ritual, me convierto, olvidándome de mí y enfocando mi atención en él. Porque disfruto viéndolo sentir placer, escuchando sus gemidos ahogados, sintiendo los brincos o espasmos que brotan en su cuerpo al compás de mis movimientos. Sé lo que le gusta, y adoro hacerlo. Me place descubrirle cosas, lugares de gozo para sí­ mismo, y cuando encuentro alguno, lo guardo en mi memoria, apuntándolo en mi lista. Y sigo, descubriendo, buscando; explorando; curioseando.

Me gusta verlo y descubrirlo mirándome. Sus ojos toman un brillo especial, conjugándose con una mirada penetrante, profunda. Sus ojos, ligeramente cerrados debido al placer que lo embarga, se clavan en mí. A esto se junta su boca, semiabierta, la cual es increí­blemente sexy. Sus labios, del grosor exacto, húmedos y calientes. Su lengua, fuego lí­quido. Sus manos, queman al tacto, se deslizan, apretujan, se hunden, vuelven a salir, se pierden, me encuentran. Su vos, suave, como un susurro a veces, pero grave, fuerte, penetrante.

Y así­, mi querida lámpara, pasan los dí­as, sin seguir sabiendo lo que pasará, pero eso sí, lo que sé, es que lo hago disfrutar, y me gusta hacerlo. Sólo espero no arrepentirme después. Aun así­, si llegase a pasar, recordaré estos dí­as, en los que me escondo en su cuarto, ocultándome del mundo por un par de horas, en las que dejo de ser yo, y vengo a formar parte de él y él, parte de mí­, convirtiéndonos así­, en un solo ser para perdernos así­ en un mundo lleno de gozo, lleno de placer.

2 comentarios:

Joseph Seewool dijo...

Es maravillosa esa vitalidad, esa búsqueda y aceptación del placer sensual.Ser y saberse dadora de gozo, generadora de disfrute.

Me llena de optimismo y es para mí un privilegio leer algo tan deliciosamente íntimo, ser un poco partícipe (con todo respeto). Gracias por compartir y por hoy me despido con este sabor tan agradable.

Diana Patiño Flor dijo...

-suspiro-

Aquellos tiempos... aquellos tiempos...