lunes, septiembre 27, 2004

Rosamel 2

El mismo trabajito pero con un poco más de detalle...

Rosamel tomó una decisión que cambiarí­a su vida para siempre. No le quedó otra salida, por más drástica que sea, era la única. Eligió una cuerda lo suficientemente gruesa para soportar su peso, el cual no era mucho que digamos. La colgó de la viga que atravesaba el techo de su cuarto amarrándola fuertemente.

Su familia dormí­a profundamente luego de un gran trají­n que tuvieron al realizar los últimos arreglos del cambio de casa. El camión de la mudanza llegarí­a al dí­a siguiente a primera hora. Todos estaban felices, menos Rosamel, él no quería irse.

El tiempo seguía corriendo, las manecillas de su reloj giraban sin detenerse, sin percatarse ni inmutarse del acto que Rosamel estaba a punto de cometer. Los gatos, sus queridas mascotas, lo observaban con detenimiento, como si fuesen capaces de entender la locura que iba a realizar.

Dio un último recorrido por la casa, su casa, la que adoraba con su vida y por la cual, daría su vida, literalmente. Caminó por todos los pasillos, deteniéndose en sus rincones favoritos, los cuales le traían agradables recuerdos, los que no le gustaban, los dejaba en el olvido.

Antes de subir a su cuarto, sirvió un platito con leche a los gatitos, para que así­ siempre se acuerden de él. Primero colocó el pie derecho, luego el izquierdo. Subió de uno a uno los escalones, tratando de no hacer ruido. Se saltó el quinto escalón, ese siempre rechinaba y no quería despertar a nadie, y su mamá tení­a el sueño muy ligero.

Abrió lentamente la puerta de su cuarto, aun a oscuras se lo sabía de memoria, no necesitaba prender la luz. Se subió a la silla tambaleándose un poco, se incorporó bien y procedió a sujetar la cuerda. La pasó alrededor de su cuello, la sintió como un tibio abrazo. La apretó suavemente hasta que sintió una presión suficiente que le dificultaba la respiración. Cerró los ojos, respiró hondo, su final respiro y se lanzó al vací­o. Su cuerpo colgó en el aire mientras se balanceaba.

Podí­a sentir cómo su cuerpo luchaba por capturar el poco oxí­geno que entraba. Se empezó a marear, sintió náuseas, ganas de vomitar. Su cuerpo comenzó a desesperarse al no sentir aire, siguió luchando pero la batalla ya estaba perdida, Rosamel llevaba las de ganar.

Fueron pocos minutos de sufrimiento, luego, todo había acabado. Rosamel colgaba inerte del techo de su cuarto. Los primeros rayos de sol empezaban a entrar tí­midamente por las aberturas de la cortina, su familia no tardaría en despertar.

1 comentario:

Joseph Seewool dijo...

Magnífico trabajito. De veras te metiste a fondo en el personaje, tiene coherencia de principio a fin (un fin que me ha resultado angustioso). El tema del suicidio me interesa mucho (como argumento literario).