lunes, octubre 18, 2004

¿Vote o Bote?

Ayer, 17 de Octubre de 2004 me tocó vivir una increí­ble y terrible experiencia: las elecciones de Alcalde, Prefecto, Concejales y Miembros de Juntas Parroquiales. Si mi memoria no me falla, la cultura es cualquier manifestación del hombre en una sociedad (si me equivoco os ruego me lo hagan saber) y déjenme decirles que experimenté un torbellino cultural fascinante.
Para colmo de males, me levanté con un malestar de garganta nada bienvenido (jeje, lo peor de todo es que fui advertida del mismo, pero... no me quejo) y sí­ntomas caracterí­sticos de esta enfermedad tan usual entre nosotros: la gripe. Me sentí­a pesada, me dolí­an los músculos, mi cabeza daba vueltas muy fácilmente y con todo esto, tuve que ir a votar.
Saqué fuerzas con un baño rápido (en agua caliente con el calor que hacía) me vestí­ con ropa cómoda como aconsejaban los diarios por la alta temperatura que se avecinaba (por lo menos aproveché y me puse mi camiseta de Yeyito para hacerle algo de publicidad) y me puse en camino a la Estatal (Facultad de Jurisprudencia, junta 599). El primer impacto cultural que tuve fue la lata de sardinas, digo, el bus que tuve que coger para dirigirme a la universidad. Antes del mismo pasaron como cuatro o cinco buses repletos a más no poder de "ciudadanos empadronados" y esperar a que pasara uno algo ocupable iba a ser mucho pedir, así que me aventuré y me subí­ como pude en la lí­nea 25. Poco más y entablaba conversación con el chofer sentada en el torniquete porque estaba tan cerca que hasta creí que me iban a confundir con la cobradora (¡Uy! Sonó raro eso...) Lo más increí­ble es que mientras más creía que ya no podí­a subir más gente, inexplicablemente entraban. Me sentí­ como una pieza de Tetris y recordé a mi querido estómago... a veces creo que ya no me entra nada más hasta que veo aparecer frente a mis ojos el postre.
Me iba acercando cada vez más a mi punto final, ya podí­a divisar por el parabrisas la universidad y a un centenar de carros tratando de avanzar. El chofer poco más y nos botó mucho antes de donde debí­amos bajarnos así que cambié mi medio de transporte. Empecé a caminar esquivando a las personas frente a mí­ quienes caminaban como si estuvieran paseando en un centro comercial.
¡Plastifique su certificado a 25 centavos! ¡Agua heladita, agua! ¡Colabore con el Rincón de los Milagros! Fueron algunos gritos que alcancé a escuchar mientras seguía caminando tratando de recordar dónde quedaba la facultad de jurisprudencia, hasta que decidí preguntarle a un Policí­a el cual, luego de un "mamita en esa puerta negra" dirigió su brazo hacia al frente.
Me dirigí­ a un atolladero de gente quienes trataban de entrar al mismo tiempo por una puerta minúscula (lo cual me hizo acuerdo de un episodio de los Simpsons en el cual le hacen una revisión médica al Sr. Burns) y como no habí­a otra puerta no me quedo más que tratar de entrar por ahí. Primero quise hacerlo civilizadamente, dejando pasar a alguna persona primero, cediendo el paso a otras que andaban con bultos o con niños ya sea en brazos o cogidos fuertemente por el brazo... hasta que me empezaron a empujar. Yo trataba de oponer resistencia para así­ no empujar a las personas frente a mí para luego caer como fichas de dominó pero la verdad ya me estaba calentando. Sentí­a un brazo insistente en la parte media de mi espalda que me empujaba fuertemente y yo pensaba "qué niño tan malcriado" y cuando me volteo me llevo la sorpresa de que no era un niño, aunque tení­a la estatura de uno, era una viejecita vestida de rosa con unos lentes de fondo de botella (por no poner la palabra que empieza con "c" y termina en "o") y con una expresión de "¡Denme permiso carajo que yo quiero pasar!" Tuve que respirar hondo y tratar de controlarme para poder salir rápido de ahí­. Un par de personas empezaron a gritar "¡No empujen!" "¡Eje!" (como el Cholito) y se avisparon unos Policí­as que se encontraban al fondo y se puede decir que pusieron orden al caos que estaba empezando a formarse.
Por fin pude pasar y me dispuse a buscar el conjunto de sillas que tuvieran el número de mi junta. Gracias a Dios lo encontré rápidamente y casi vací­o (sólo dos mujeres delante de mí­). Ejercí­ mi derecho de voto como ciudadana de la República del Ecuador y luego de doblar las papeletas y depositarlas en las urnas correspondientes presionaron mi dedo índice derecho en una almohadilla llena de tinta. Lo más cómico fue cuando pregunté dónde debía dejar mi huella y me dijeron que no tenía que hacerlo, que ya habí­a terminado todo. ¿Seré sólo yo que encuentro ilógico llenar mi dedo de tinta y no presionarlo en ningún papel, a lado de mi firma o algo por el estilo?
Cuando creí­ que había terminado por fin tanto suplicio (el sol y mi cabeza me estaban matando) recordé que tení­a que salir por la misma puerta por la que entré. Sin embargo esta vez hubo algo diferente: estaban haciendo cola. Aunque todavía no sé si al pasar la puerta me iba a encontrar a Luis Miguel, Carlos Ponce o cualquier personaje famoso, porque la cola estaba más larga que la del Banco del Pací­fico en fin de mes. "¡Bueno!" pensé para mí­ "por lo menos nadie me empujara ahora que tenemos que salir de uno en uno". Tuve razón sólo por un momento porque mientras caminaba hasta el final de la interminable cola escuché detrás de mí una serie de chiflidos con gritos de desaprobación junto a unos "¡Oye!" "¡No te pases!" "¡Respeta la cola varón!" y cuando me volteé toda la cola habí­a desaparecido y cada persona se convirtió en un minúsculo grano de arena tratando de pasar por el cuello de un reloj de arena (valga la redundancia). Respiré hondo y dejé que el tumulto se esparciera un poco hasta que milagrosamente los uniformados se dieron cuenta y decidieron abrir una puerta contigua, la cual todaví­a no entiendo porqué estaba cerrada, por la cual pudimos pasar, a punta de empujones, pero pasar al final de cuentas.
Llegué a mi casa completamente cansada, aturdida, exhausta y deseando acostarme en la cama para descansar y olvidarme de todo el trají­n por el que tuve que pasar. Después de un par de horas en las cuales pude recuperarme, analicé con más detalle todos estos sucesos y bueno, este post es el resultado de ese análisis. Voté, tení­a que hacerlo... pero no saben cuántas ganas tuve de botarlos a todos... Impresionante como sólo una letra puede cambiar completamente el significado de una palabra.

1 comentario:

Joseph Seewool dijo...

AAhh, qué bueno, de nuevo me encuentro contigo en unas elecciones, esta vez tres años atrás. Ay, Nita, de votación en votación. Al menos en esta no te tocó ser la señorita presidenta,si bien fuiste un poco espachurrada..
Unas eleccciones son toda una aventura.