lunes, julio 19, 2010

Metralleta y los Perros Rabiosos

Una salida improvisada me llevó a un bar con un grupo de amigos. Concierto de blues nos anunció el chico que estaba en la puerta. Nos sentamos cerca del escenario, pedimos los primeros tragos y empezamos a conversar. Pasada la medianoche el grupo subió a la tarima y empezaron a tocar. Tu voz fue lo primero que me atrajo. Grave, sensual, deliciosa. En ese instante, mis ojos se posaron en ti.

En los primeros compaces te saqué el chaleco gris. "Con los dientes" me respondió mi confidente. Tu voz me desnudaba las ganas. El ritmo me hacía imaginar tus manos recorriendo mi cuerpo. Mi imaginación está en decadencia, me estoy dando cuenta. La sutileza de tus movimientos, tu postura, tus manos llevando el ritmo en tu cintura, la forma en que agarrabas el micrófono. Fue un concierto de orgasmos musicales.

Blues. Delicioso blues.

Sin embargo, cuando bajaste del escenario, toda la magia se esfumó. Te vi sentarte, junto a tus amigos, tomando una cerveza entre tus manos, y te convertiste en un hombre más del montón. Me dejaste de interesar.

Sí, me di cuenta que me atrajo tu actitud en el escenario. Ahora eres un simple mortal. Pero me olvidaré de esto. Y preferiré recordar tu faceta de cantante. Ahora cántame en mis recuerdos, me perderé en la vibración de tus cuerdas vocales.

1 comentario:

Ricardo Astrauskas dijo...

No problem, lo puedes tener solo para que te cante.