Cavilación de Metrovía.

Odio viajar en transporte público. Bueno, odio es un sentimiento muy fuerte. ¿Aborrezco? Miren, simplemente es fastidioso. En especial la Metrovía. Sobre todo en hora pico. Aniquila el espíritu libre de una mona que adora subirse a su bici y sortear el tráfico. Pero bueno, hoy me tocó subirme a la metrosardina y para luchar contra el tedio, me puse a observar a las personas a mi alrededor. Me fijé expresamente en una señora y sus dos hijos, quienes me llamaron la atención desde que estábamos haciendo la fila en la estación. Simple y sencillamente porque NO hicieron la fila.


Y así, desde que son pequeños, uno le enseña malos hábitos a sus descendientes. Estábamos un grupo de personas, respetando el orden de la fila, yo era la tercera. Medio llegó el bus y la señora muy conchudamente se metió, con sus dos críos de la mano, a empujones. Los niños ya conocían el modus operandi, porque ni bien entraron se escabulleron a buscar asiento. La señora se sentó, ubicó a la nena, de unos 6 años, en sus piernas, y el chamaco, de unos 9, se paró a lado de ella.


No voy a pormenorizar en el trayecto de la Metrovía. Quien se haya subido sabe que es el infierno. (No, esperen, apuesto que el infierno es más divertido).


Luego de unas dos o tres paradas, un asiento cerca nuestro se desocupó, una chica estaba parada al pie del mismo. El chamaco no perdió tiempo y se sentó. La chica en cuestión ni se movió. No sé si habrá tenido intención de sentarse, pero el muchachito ni le dio oportunidad.


Más adelante, el muchacho en son de joda le da un manotón a la niña. Mi madre jamás hubiese permitido eso. Razón por la cual me sorprendí cuando la chiquita en respuesta le hace yuca al hermanito, y al buscar la aprobación de la madre esta asiente con la cabeza, como diciéndole: "estás haciendo bien. Sí mijita, alce el dedo del medio".


No quiero imaginarme el futuro de esos dos muchachos.


No quiero imaginarme el pasado de esa mujer.


No quiero imaginarme el presente de esa familia.