viernes, enero 19, 2018

Las rejas están en nuestra mente.


Espacio público: "en principio diremos que el espacio público corresponde a aquel territorio de la ciudad donde la persona tiene derecho a estar y circular libremente (como un derecho); ya sean espacios abiertos como plazas, calles, parques, etc.; o cerrados como bibliotecas públicas, centros comunitarios, etc."
Fuente: ub.edu


“Es el lugar donde cualquier persona tiene el derecho a circular en paz y armonía, donde el paso no puede ser restringido por criterios de propiedad privada, y excepcionalmente por reserva gubernamental”.

“El espacio público tiene además una dimensión social, cultural y política. Es un lugar de relación y de identificación, de manifestaciones políticas, de contacto entre la gente, de vida urbana y de expresión comunitaria. En este sentido, la calidad del espacio público se podrá evaluar sobre todo por la intensidad y la calidad de las relaciones sociales que facilita, por su capacidad de acoger y mezclar distintos grupos y comportamientos, y por su capacidad de estimular la identificación simbólica, la expresión y la integración cultural”.
Fuente: Wikipedia

Estos últimos años que he usado la bici como modo de transporte he podido ver un Guayaquil desde un punto de vista distinto. Con la calma, libertad e independencia que te dan las dos ruedas. No voy apretada en un bus, ni encerrada en una caja de metal. No quito validez a los otros medios de transporte. Pero la bici me da una sensación inigualable. Una conexión con la calle distinta.

Ahora con el reclamo de restringir la entrada del Parque Centenario me pongo a pensar en los accesos que nos da la ciudad como peatones. Y pienso en los pasos a desnivel que no usamos, la línea cebra que “está muy lejos”, el paradero del bus donde no estamos esperando, la fila en la estación de la Metrovía que no respetamos, y siga usted incrementando la lista. Me doy cuenta de algo: las rejas no solo están regadas en toda la ciudad. Están dentro de nosotros. En nuestra cultura. Idiosincrasia. Hemos sido educados así. Enrejados mentalmente.

Tenemos que enrejar puertas y ventanas para que no entren los ladrones. Aun así un ladrón las usó para escalar hasta el 3er piso y meterse por la ventana al departamento de mi novio.

Cierran las puertas del parque Centenario porque no pueden con la inseguridad. Y nos toca verlo desde afuerita o rodearlo. Como si fuese prohibido.

Enrejan toda la avenida Delta frente a la Estatal para obligar a los peatones a caminar hasta el paso cebra. Un tramo de la calle exclusivo para nuestro paso. Pero preferimos arrojarnos a cruzar la calle por donde nos es más cómodo o más rápido.
Avenidas principales traficadas con pasos peatonales que no usamos porque nos da pereza llegar a ellos, subir, cruzar, y volver a bajar. Porque nos toma más tiempo. Preferimos esperar algún huequito entre tanto carro y atravesar el asfalto cual ranita de Frog.

Rejas dividiendo, protegiendo, dirigiendo la circulación, obligando, forzando, civilizando, educando. ¿No se sienten como animalitos a los que deben encerrar para que no se salgan? No podemos tomar decisiones civilizadas por nosotros, por sentido común, y por ello nos chantan rejas. Rejas para no entrar, rejas para no cruzar, rejas para no pasarse, rejas para limitar.

¿Hasta cuándo vamos a pensar sólo en nosotros y no en el bien común?

No hay comentarios.: