lunes, septiembre 02, 2024

Esto (no) es un ensayo.

El día de ayer me tocó salir de mi zona de confort. Estábamos realizando el ensayo para la última función, afinando detalles, marcas, movimientos. Una compañera no llegaba todavía, yo estaba dando las líneas de ella para apoyar y, faltando tan solo 1 hora para empezar, nos enteramos que no iba a ir. El director me mira y me dice: “Diana, vas a tener que reemplazarla”.

¿Vieron Intensamente 2? Ansiedad tomó el control de la consola.

Suelo ser una persona segura de sí misma o que, al menos, así se muestra. ¡Es mentira! Jajajajajajaja (inserte miradita pillina). En ese momento me empecé a morir de miedo. Mi mente se activó y empezó a disparar miles de escenarios catastróficos: la vas a cagar, te vas a olvidar, la escena se va a caer por tu culpa, tu escena también va a salir mal. De repente, la temperatura de la sala bajó y empecé a temblar (muévete, Diana, muévete). Yo sé que podía hacerlo, pero la mente muchas veces se convierte en nuestro peor verdugo y nos traiciona. Somos expertos en boicotearnos. Mientras le enviaba mensaje de “COSORRO” a mi red de apoyo para que me envíen buenas vibras y mucha mierda pensaba los puntos que tenía a mi favor:

  • La escena se desarrollaba en un ensayo que no era ensayo sino estreno, pero los actores no lo sabían, por lo tanto, yo podía estar con el libreto en la mano.
  • El personaje tenía pocas líneas.
  • Tenía muy buenas compañeras de escena y un gran director.

Antes de la primera función (la semana anterior) publiqué en mi IG que no importaba cuántas veces me suba a un escenario, siempre me daba miedo. ¿Y qué hago? Subirme con miedo. Pero universo, no seas tan conchudo. De por sí ya estoy nerviosa sabiéndome mis líneas para que te diviertas conmigo complicándome más. Los personajes de las mismas escenas que íbamos a interpretar cobraron vida, materializándose en esa realidad que estaba viviendo. Dejé de ser Marcela y me convertí en Susy:

SUSY: Marcela: no puedo garantizar al 100% que recuerde mi letra, estoy nerviosa, muy nerviosa, estoy tratando de repasar mi texto y hay partes enteras que se me borran, no sé, y eso que aún no estoy en escena, creo que cuando pise ese escenario, mi mente se va poner en blanco…

La magia del teatro es que nunca sabes qué va pasar. No importa que hayas ensayado mil veces, tener todo controlado o aprendido al dedillo. La luz se prende aquí, me paro acá, me muevo así, me giran asá, la canción suena aquí, apagón al final. Cuando estás en escena, todo puede pasar. Arantxa lo explica mejor cuando le dice a Xento:

ARANTXA: ¿A quién le importa si era así la obra o cómo diantres debía ser? Venimos a experimentar cosas que sean ciertas en un mundo que es mentira. Venimos a mezclar todo eso. No a representar un texto. Para eso les vendemos la obra escrita y que se la lean y se imaginen lo que les dé la gana. Si vienen es porque necesitan experiencias reales. Y para que eso pase no tienen que saber con qué se van a encontrar. Y para que eso pase, nosotros tampoco.

¿Y qué pasó? Salí. Salimos. Lo hice. Lo hicimos. En palabras del director: “sacamos el barco a flote”. ¿Salió perfecto? No. ¿Me equivoqué? Sí. ¿Sufrí? También. ¿Lo disfruté? De largo. ¿Lo volveré a hacer? Claro que sí.

¿Cómo lo hice? Respirando. Confiando en mí, en el proceso, en mis compañeras de escena. Recordé las palabras de mi psicólogo cuando me ganaba la ansiedad y me decía: “nada de esto es peligroso”. Respira, Diana. Simplemente respira. Me gusta tener el control de las cosas, de mi vida. Y sé que no siempre lo voy a tener. Me cuesta soltar. Por miedo. Miedo a pisar fuera de esa zona de confort que tanto conozco y en la que me siento tan cómoda. Y, sin embargo, cuando me atrevo a pisar más allá de ella me encuentro con un mundo maravilloso por conocer, para explorar, experimentar. Me doy la oportunidad de intentarlo. De fallar. Y de volver a empezar. No es fácil. Nos enseñaron a desconfiar. No solo en los demás, sino en nosotros mismos. En lo desconocido. ¿Y qué podemos hacer? Cito nuevamente a Arantxa:

Xento: ¿Cómo haces para estar siempre tan hermosa? 
Arantxa: Y sexy.
Xento: Y sexy.
Arantxa: Madurar. Y rendirme.

El día de ayer me tocó salir de mi zona de confort. Y estoy agradecida de lo que viví.

LAS CUATRO: Un… dos… tres… ¡Mierda!
El círculo se deshace, Paola se va a camerín, Josefa y Marcela se abrazan. Ale va a irse.

MARCELA: Ale…

Ale se detiene.

MARCELA: Gracias.
ALE: Tranquila. Lo voy a hacer bien. Confía en mí.





Diálogos de:
En esta obra nadie llora. Mariana de Althaus.
Esto no es un ensayo. Iñaki Moreno.

lunes, marzo 18, 2024

Día de m.

No es un "no te pongas así". No es un "ahí te los dejo". Es un "¿quieres hablar?". Es escuchar. Y escuchar no para responder, es escuchar para entender. Es validar. Es validar que una persona se frustra, se ofusca, se abruma. No entiende. Y quiere entender. Porque comprender es aliviar.

domingo, enero 21, 2024

Entre repisas.

No recuerdo cuando llegué a tus manos. Eras una niña a la que le encantaba leer. Gusto que heredaste de tu padre. Por lo tanto, quién mejor que él mismo para obsequiarme. Tampoco puedo precisar cuántas veces me has leído. Sé que han sido muchas. Muchísimas. Y sé que seguirán siendo más. En la historia que habita entre mis hojas siempre encontrarás cobijo, esperanza, luz y guía.

Cuándo empezó el juego entre ustedes de moverme de una repisa a otra es otra pregunta que tampoco puedo responder. ¿Se pusieron de acuerdo o surgió de manera espontánea? Conociendo a Roberto (lo que pude conocer cuando me encontraba en su repisa), puedo imaginar que un día me vio en tu repisa, me agarró y me llevó con él. Así de ocurrido era él. Quizá se le antojó leerme y me tomó sin avisarte. Espera… ¿Fui secuestrado?

Un día que lo visitaste me viste en su repisa y pensaste: “¡Ah! ¡Y tú qué haces aquí!”. Y me volviste a llevar contigo. Así comenzó el juego. Cada vez que se visitaban, yo me convertía en objeto de contrabando. De tu repisa a la de él. Y viceversa. Lo lindo de este vaivén es que me hice amigo de más libros.

Pasó tanto tiempo y la memoria es tan frágil, sobre todo la de Roberto, que ya no recordaban a quién yo pertenecía. Ahí el juego escaló a: “El libro es mío y tú te me lo estás llevando”. Un día, Roberto puso su rúbrica en la primera hoja. Estampando así su derecho de posesión. Tal como marcaba todos sus libros. Cuando viste la R le reclamaste, entre risas. Roberto se puso rojo tomate, como siempre que no se contenía la risa cuando hacía alguna travesura. En esos momentos dejaban de ser padre e hija para convertirse en dos niños jugando y divirtiéndose.

El último periodo en que estuve en la repisa de Roberto jamás me imaginé que no lo volvería a ver. Y ese día, en que te vi entrar, con tu hermano y una amiga, no entendí el motivo de tu tristeza. “¡Hey! ¡Aquí estoy! ¿Dónde está Roberto?” Empezaron a empacar todo, guardar en cartones y fundas todas sus pertenencias.

Llegaste a la repisa y pude ver el dolor en tus ojos. Me viste, me tomaste muy lentamente, acariciaste mi portada y me abriste. Viste la R y rompiste en llanto. Me abrazaste. Tu hermano y tu amiga no entendían y corrieron a contenerte. Yo tampoco lo entendí ese día.

Desde ese día ya no hay más viajes. Desde ese día sólo estoy en tu repisa. Desde ese día soy tu libro más preciado.

“- Por la noche mirarás las estrellas. La mía es demasiado pequeña para que te muestre dónde se encuentra. Es mejor así. Mi estrella será para ti una de las tantas estrellas. Entonces, te gustará mirar a todas las estrellas. Todas serán tus amigas. Y además voy a hacerte un regalo...

Volvió a reír.

- ¡Ah! ¡Hombrecito, hombrecito, me gusta escuchar esa risa!

- Justamente ése será mi regalo... será como con el agua...

- ¿Qué quieres decir?

- La gente tiene estrellas que no son las mismas. Para quienes viajan, las estrellas son guías. Para otros no son más que pequeñas luces. Para otros que son sabios, ellas son problemas. Para mi hombre de negocios significaban oro. Pero todas esas estrellas son mudas. Tú tendrás estrellas como no tiene nadie...

- ¿Qué quieres decir?

- Cuando mires el cielo por la noche, dado que yo estaré en una de ellas, dado que yo reiré en una de ellas, entonces será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!

Y volvió a reír.”



Descolores.

Desde que se acabó el rojo la humanidad perdió el control. 

Primero desapareció el amarillo. Ver un sol rosado no funcionaba igual. Por más que los Agentes de Colores intentaron hacernos creer que sólo era cuestión de tiempo hasta acostumbrarnos. 

Cuando amanecimos sin el color azul, todos alzamos los ojos al cielo. Un cielo turquesa marmoleado con verde fue algo repulsivo de ver. 

En la televisión anunciaban las nuevas gafas All-color-again 2.0 pero todos sabíamos que seguían siendo la versión beta. 

Esta vida descolorida no podía seguir así. 

Y cuando creímos que no podíamos estar peor, una mañana mientras le ponía azúcar al café y me disponía a saborear ese primer sorbo, el sabor dulce desapareció.

Rutinas extrasensoriales.

La mujer que amo se ha convertido en fantasma. Y eso cambió toda nuestra rutina. Dormimos juntas, pero ya no podemos tender la cama al día siguiente. O tomar café. A veces me sigo olvidando y preparo dos tazas. Esos días me acelero más de la cuenta y ella se ríe de mis ocurrencias. 

Cada tanto, Pedro y Lucía me visitan para hacerme seguimiento. Ella se esconde para que no la vean. Olvidándose que nadie la puede ver. 

- ¿Cómo estás? – Me pregunta Lucía. 
- Estam… Estoy. Estoy bien. Trato de adaptarme. 
- Sabes que no estás sola – Me responde con un tono compasivo. 
- Lo sé. 

Y sonrío mientras la veo asomarse detrás del aparador. Le guiño un ojo cómplice y la hago sonrojarse. 

- Lo sé.

viernes, junio 23, 2023

No te quiero.

Ya no te quiero.
Ya no te quiero porque decidí no quererte.
¿Te guardo cariño? Sí. Por el recuerdo de lo que fue, lo que fuimos. Lo que aprendí contigo. Lo que aprendí de mí estando contigo.
Te digo no. Y al decirte no me estoy diciendo sí a mí.

Gracias.
Fuente: istockphoto



domingo, mayo 21, 2023

Al despertar.

 

Fuente: Redbubble


- Hola.
- Hola.
- Mucho gusto.
- El gusto es mío.
- El placer es nuestro. Si me permite decirle, me gusta mucho su mirada.
- Y a mí su sonrisa.
- Si no le incomoda, puedo quedarme y hacerle compañía.


Y se quedaron.

jueves, mayo 18, 2023

La puerta.




- Esa puerta, ¿A dónde lleva?

- Al lugar que tú quieras.

- Mmm... Hay un problema.

- ¿Cuál?

- Estoy exactamente en el lugar donde quiero estar.



domingo, mayo 07, 2023

Los gemidos de Pavlov.

Se dice que somos animales de costumbre. Y que en 21 días puedes crear un nuevo hábito. Nosotros necesitamos apenas uno, quizá dos, para reforzarlo. Despertarnos con la alarma, encontrarnos en la cocina y darnos los buenos días mientras uno sacaba los ingredientes para preparar el desayuno y el otro buscaba en su celular la banda sonora de la mañana, para luego, juntos, entre baile, risas, miradas cómplices y cáscara de manzana preparábamos la primera comida del día, la favorita de ambos. Luego el "niño" (con más canas y experiencias vividas) llegaba y se unía. Y así los tres compartíamos conversaciones variopintas. Siempre con risas, siempre con buena vibra.

En el tercer día (o noche, más bien), gracias a un inmovilizador e incómodo dolor de cuello, se agregó un nuevo hábito a la rutina: dormir juntos. Tu cama era más grande, la mía improvisada y pequeña. La conexión fue inmediata. Ambos estábamos (estamos) rotos y, sin darnos cuenta, al abrirnos y acercarnos en nuestra vulnerabilidad nos estábamos curando. Historias similares de fracasos, que si los vemos bien, no lo son. O debemos sacarles ese estigma que la sociedad y crianza nos han impuesto. Son decisiones necesarias que debemos tomar para seguir caminando en este sendero llamado vida. Sendero que siempre puedes modificar porque, como bien dice la frase: "caminante no hay camino, se hace camino al andar". Son aprendizajes que nos vuelven más fuertes y más sabios. Más humanos, reales y auténticos. Nos enseñaron que los fracasos son malos pero estábamos justamente en un taller donde teníamos que fracasar y disfrutar de ese estado. De esa vulnerabilidad. Sin miedo. Ay, el universo es tan lindo cuando te encaja las cosas en el momento justo.

Destendimos juntos la cama. Me acosté yo, te acostaste tú. Nos arropamos. El frío (¿sólo el frío?) hizo que nuestros cuerpos se acercaran para prodigarse calor (¿sólo calor?) y así, sin más, encajamos. Mi brazo por encima de tu pecho. Tu mano acariciando mi brazo. Mis dedos se perdían en tu cabello. Nuestras piernas se entrelazaron. Sentíamos nuestras respiraciones. Podía escuchar el latir de tu corazón. Intentamos quedarnos dormidos pero no pudimos. Cambiábamos de posición cual bailarines de contact. Siempre tocándonos. Con mucho cariño, con mucho respeto. Cuidándonos.

Así pasaron los minutos, muchos, muchos minutos, sin poder dormir. Lo sentíamos. Nos sentíamos. Queríamos acercarnos más. Yo quería besarte. Sabía que tú también. La respiración nos delataba. Pero ninguno decía nada. El temor se colaba entre los espacios que dejaban nuestras curvas. La incertidumbre se hizo presente. Pero la honestidad brotó de mi boca al susurrarte: "Es obvio que queremos besarnos". Escucharte decir "sí" me hizo sonreír y aunque estábamos en penumbras creo que te diste cuenta. "Pero tengo miedo que esto cambie esta linda dinámica que estamos creando", te dije. Y tú también temías lo mismo. Porque sabemos que hay momentos en la vida en los cuales das un paso y no hay marcha atrás. Y estábamos a punto de tomar uno. Se dieron un par más de intercambios verbales, confesiones y anhelos y nuestros labios se acercaron lentamente. Nuestras lenguas dejaron de producir vocablos para transformarse en otro tipo de sonidos. Ay, el universo es tan lindo cuando te encaja las personas en el momento justo.

Despertar al día siguiente, juntos y sonriendo fue el primer indicio de que la dinámica no iba a cambiar. Pero resulta que sí lo hizo. Cambió, para mejor. Descubrimos que compartíamos las mismas rutinas, como ser madrugadores, el gusto por retozar un rato antes de levantarnos, el ser metódicos para tender la cama, meditar. Nuestros movimientos estaban tan sincronizados que parecían ensayados. Si yo entraba al baño tú doblabas la ropa. Si tú te cepillabas los dientes yo llenaba los termos con agua. En ocasiones nos adelantábamos al pensamiento del otro. Si yo pensaba en el abrigo tú ya los tenías listos para elegir. Si tú buscabas tu morral yo ya lo tenía en la mano. Y así la dinámica se enriqueció.

Cuatro días se convirtieron en ocho. Y ocho se transformaron en diez. Días para conocernos, noches para explorarnos. Nos hicimos bien. Fuimos terapia. Confirmamos que la esperanza no debe perderse y que aunque podemos extraviarnos y ver nublado el camino debemos seguir caminando, confiando en que esa neblina se va a disipar en cualquier momento. En que volveremos a ver con claridad. Confiar en la incertidumbre. Aprender a aceptar, a soltar. Disfrutar el momento. Estamos aquí y ahora. Fueron diez días en que crecimos (y también nos hicimos chiquitos), reímos, lloramos, sentimos. Vivimos. ¡Estamos vivos!

Gracias es lo Mínimo que puedo decirte. ¿Y desearte? Bueno, eso lo dejaremos en suspenso... Sabes lo que te quiero decir, ¿no?