Esos findes tranquilos, sin planes, con panas. Esos findes sencillos. Que nunca, nunca se acaben.
Sábados de reunirse con personas que comparten tus gustos. Engreírlos preparando un cerrito de bolones. ¡Con tocino! Oh, bendito tocino. Y conversar, hablar, y hablar. Toda la tarde. Reírse. Conocerse. Quererse. Descubrir que la amistad es hermosa. Apoyarse, preocuparse. Estar y no estar de acuerdo. Aceptarse. Con nuestras diferencias. Aprender a aceptar que somos diferentes. Y es justamente eso lo que nos permite encajar. Porque dos piezas idénticas no se acoplan. Necesitamos ser diferentes.
Y querernos, porque no somos perfectos. No necesitamos ser perfectos. Quererte con tus virtudes, con tus defectos. Querer lo que me gusta, y no me gusta. Quererte en combo. Así como somos, y esforzarnos por ser mejores. No me cambies, ayúdame a ser mejor. ¿Será que te quiero?
Ver una peli, matarnos de risa.
Afuera el tiempo sigue avanzando. Con su tic tac recordándonos que no podemos quedarnos quietos mucho tiempo. Pero hoy, ahora, no necesitamos movernos. Estamos disfrutando el momento. Desparramados en el sofá -desparramado, qué buena palabra-. Sin cronogramas, agendas, ni citas por cumplir. Y así el sol se esconde, dándole paso a la noche, a la reina. ¿Hay más? ¡Claro que hay más! ¿No les dije que no había planes? ¡Ponme otra película! Patada, puñete y gargajo. Acción de principio a fin. Ahí se me sale lo masoquista. Duele rico.
Las luces de la ciudad se prenden, a la par que nosotros nos vamos apagando. Llega un momento en que tu cuerpo te pide descansar. Debemos recargar las baterías. Aunque quedó una película pendiente, tocino en la refri, un par de chelas, y media botella de menta (para las nenas). Será para otro día.
Esos findes tranquilos, sin planes, con panas. Esos findes sencillos. Que nunca, nunca se acaben.
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