Dicen que los abrazos son sanadores. A veces sólo necesitas un par de brazos que te envuelvan para renovarte de energía. O que al día necesitamos mínimo 8 abrazos para estar bien. Y sí, todo aquello es verdad. Pero tanta palabra y teoría queda corta cuando lo compruebas en la realidad. En un día. En apenas un momento. Sin esperarlo.
Estaba clowneando con Fucsia. Entramos a una sala muy tranquila, pocos padres, pocos niños. Y empezamos a jugar cama por cama. Casi al fondo se encontraba una pareja. Desde que entramos me fijé que la señora nos veía y se reía. Hay una sensación de magia cuando un payaso entra. La mirada brilla. Se emocionan los ojos. El brillo los delata. Y desde que atravesamos la puerta, aquella señora se emocionó. Al acercarnos a ellos vi en brazos del señor una pequeña nena dormida. Es enternecedor ver a un niño acurrucado en los brazos protectores de un mayor. Automáticamente supimos que el juego tenía que ser pequeño, bajito, para no despertarla. Entonces les contamos que teníamos unas burbujas mágicas. Burbujas que pueden entrar en los sueños de los niños, y cumplirles sus deseos. Fucsia empezó a darles a los tres un baño de burbujas. Ellos sonreían. Pero sobre todo ella. Victoria era su nombre.
Terminado el baño, les agradecimos por su tiempo, y le dimos besitos volados a la nena. Besitos mágicos, porque así como las burbujas, también llegan a los sueños. Para despedirnos, abracé a Victoria. Y en ese instante, rompió en llanto. ¡PAREN TODO! ¡ESTA MUJER NECESITA UN ABRAZO! En mi hombro Victoria empezó a hablar, a agradecer, a soltar todo. Confesó que no era su hija, pero que ellos la cuidan desde que era una bebé. Que la quieren como si fuera propia, y que están muy preocupados. Habló, lloró, rió. Nos agradeció por la labor que hacemos. Por estar ahí, por hacerles reír. Nos bendijo, y deseó que sigamos haciendo esto. Y así, hasta que poco a poco se fue calmando.
Jamás la solté. Son esos momentos en que puedes sostener a alguien con la fuerza de un abrazo. Y no hay necesidad de decir nada, porque tus brazos lo dicen todo. "Aquí estoy". El mundo se detiene, y nada de lo que pase afuera importa. En ese momento alguien necesita un abrazo.
Cuando nos separamos, secó sus lágrimas mientras sonreía. Es maravilloso descubrir que la tristeza puede mezclarse con la alegría.
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