A veces lloro en el savasana. Tampoco a moco tendido, pero ya han habido algunas ocasiones en que ese momento en que me siento extenuada, y a la vez en paz, Desi o Rafa dicen algo que hace clic en mí y las lágrimas empiezan a brotar.
Hoy volvió a ocurrir.
Puedo extraer fragmentos tales como "sé la mejor versión de ti", "libérate de esas mochilas emocionales", "hagamos un mejor Guayaquil", "expandamos conciencia", "tú mismo eres tu propio maestro", "somos seres de luz". Y así, agotada, sudada, inhalando vida, y exhalando calma, mi cuerpo empieza a vibrar y lloro. Y una sonrisa se dibuja en mi rostro.
Hoy tuve que levantarme y abrazarte, Rafa. Y darte las gracias. Porque llevo casi 2 meses sin practicar yoga, y hoy renové mi amor por esta disciplina que llegó a mi vida. Y no vengo aquí a contarles los beneficios del yoga. Vengo a contarles lo que ha hecho en mí. No puedo decir que ha cambiado mi vida, pero sí la ha modificado. Y para bien.
El yoga, Narices Rojas, y el veganismo. Se han convertido en un lindo trío que me sostiene en el campo emocional y espiritual.
A lo largo de mi vida he practicado muchísimas disciplinas deportivas. Amo hacer ejercicio. Y todos siempre han sido de alto impacto. Correr, saltar, trepar, pelear. Al yoga no le paraba bola. Me parecía aburrido. Hasta que un día decidí intentarlo. Qué equivocada estaba. Creo que lo que más rescato del yoga es que además de trabajar mi cuerpo, trabajo mi mente, mi alma. Encuentro una armonía, interna (conmigo mismo), y externa (el mundo que me rodea). Cualquier otro ejercicio que hacía, al final podía terminar muerta, y ya. Era sólo una muerte corporal. Muscular. El yoga siento que va más allá. Me conecta. Y desconecta. Me enraíza a la tierra y a la vez me eleva. Sí, parece que ya estoy aquí cantinfleando, disculpen. Pero es lo que me hace sentir. Me hace sentirme parte de un todo. Luchar contra mis propios boicots mentales (sí, ya les puse nombre a los bandidos). Porque muchas trabas están en nuestra cabeza. Nos llenamos la vida de "peros".
El veganismo llegó a mi vida en un viaje en bus. Con sólo ver un vídeo de apenas 5 minutos donde te muestran todo el proceso para que llegue un vaso de leche a tu mesa, fue el gatillo que necesitaba para dejar de comer animales. No se preocupen, no voy a meterme a discutir los pros y contras, ni a incitarlos a que se hagan veganos, ni nada por el estilo. Tal cual como el yoga, sólo contarles el cambio que ha suscitado en mi vida.
Me siento más feliz ahora. Y al igual que el yoga, más conectada con el mundo que me rodea. El mundo animal, en este caso. Ando lanzando besitos a perros y gatos en la calle (hasta un par "me lanzan los perros" y empiezan a ladrar y perseguirme, por lo que toca acelerar la pedaleada), y ha crecido en mí un amor inexplicable por los chanchitos. A lo mejor y es porque en el horóscopo chino soy el cerdo, o me enamoré del chanchito que bailaba "work, work, work, work" de Rihanna.
Un amigo en una conversación me comentó algo que me pareció interesante. Me dijo que él quería dejar de sufrir, y para eso se dio cuenta que en primer lugar no debía causar sufrimiento a otros. Y eso lo llevó a dejar de comer carne. Comparto ese pensamiento.
Y a veces me molesta que me jodan con bromas, burlándose de mi decisión. Prefiero no seguirles el juego. Luego recuerdo que yo también hago bromas, religión por ejemplo. Y caigo en cuenta que hago exactamente lo mismo. Burlarme de una forma de pensar diferente a la mía. La acepto, sí, pero me mofo. A veces creo que hago demasiado bullying. Y me escudo diciendo que mi cariño es así de pastuzo, y si te jodo, es porque te quiero.
Cha, creo que ya los agarré de psicólogos...
¿Y Narices Rojas? Uuuufff, Narices Rojas hace rato cambió mi vida. Ya les he dedicado algunos posts. Esa naricita roja tan pequeñita ha hecho en mí maravillas inmensas. Aceptarme, amarme, comprenderme, perdonarme. Me ha enseñado a reírme de mí misma, a no juzgarme (tanto), a no criticarme (tanto). A decirme: "así soy yo, y así me amo". Ojo, no significa que me cuelgue en mis defectos y si debo cambiar algo no lo haga. Pero me ha enseñado a no ser tan severa conmigo misma. Y a reír, reír, llorar, abrazar. A sacar todo. A llenarme de vida, de alegría. Si pudiera (si me atreviera), dejaría todo y me metería de cabeza en la fundación. Eso, una hostal, y un albergue para animales de la calle.
Pero ahí viene el boicot mental.
Si me atreviera...
Ay, mona, déjate de huevadas y sal de una vez de tu zona de confort. Pero eso será tema para otro post. Miren, ya son casi las 12 y hace rato debería estar durmiendo.
Trío de mi vida: ¡gracias!
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