En aquellas tres palabras podría resumir lo que me sucedió ayer por la noche. Había llegado a casa luego de un pesado día de trabajo. No sin antes pasar por la dentista para un tratamiento. Mi mamá estaba en la cama viendo una serie, a la cual puso en pause para conversar. Luego de ponernos al día en nuestro día (valga la cacofonía), la conversación se desvió al tema de tener o no tener hijos. A mis 34 años puedo decir que no está en mis planes tener descendencia. Y suelo reírme por dentro porque cuando era adolescente, según yo, tenía planeado mi futuro. Iba a casarme a los 26, tener mi primer hijo a los 28, y uno, máximo dos más.
Quería tener hijos joven, para poder tener la energía, tiempo, y vitalidad para criarlos, educarlos, jugar con ellos, lanzarme al piso, trepar árboles, y todo lo necesario para darles una vida llena de fantásticas experiencias. Eso creía, y sí, sigo creyendo que debe hacerse. Pero ahora lo pienso no una, sino dos, tres, muchas veces, antes de tomar la decisión de ser madre.
Hablaba con mi madre, y entre risas le pedía disculpas, porque sé que ella quiere que le dé nietos. Tiene 2, sí, pero un "poquito" lejos. Allá mi hermano quien decidió cruzar el charco, encontró una maravillosa mujer por allá, y se instaló. Y aquí, yo, no quiero tener hijos. El universo puede ser bien conchudo a veces. Lo siento, amada madre.
No es un no rotundo a la posibilidad de ser madre. Sé que podría ser una madre maravillosa. Jodona, eso sí. Pobres mis hijos, les haría bullying maternal, ajajajajaja. Me siento preparada para serlo. Pero no quiero. ¿Por qué? Porque considero que es la responsabilidad más grande que alguien pueda tener en esta vida. Traer a este mundo a un pequeño ser humano, y criarlo para bien. Para que sea una persona con valores y principios, que sea un ente productivo y positivo para la sociedad. Y además de todo eso, que sea feliz.
No considero que debes tener un hijo porque te sientes sola, porque quieres compañía, porque sería bonito, porque sino no te realizas como mujer. ¿Ya estoy en la percha? No me importa. Es un gran sacrificio, que sí, trae muchísimos beneficios, pero también muchísima, muchísima responsabilidad. Es un acto de amor único, de entrega completa. Ser madre debe ser una experiencia maravillosa, incomparable. Sublime. Y me encantan los niños. No crean que soy tan Grinch.
¿Pero saben qué me pone a pensar antes de tener uno? Los errores que puedas cometer en su crianza. Y muchos sin darte cuenta. Sólo busca en Internet artículos al respecto y te saldrán un sinfin de páginas. Frases que a muchos de nosotros nos dijeron. Acciones que veo hacer a otros padres, día a día. Cosas que hacen creyendo que es por el bien de los pelados, y los están cagando.
Si me cago la vida, quiero cagármela yo solita. A nadie más.
Y en plena conversación así de profunda, a mi madre le suena el celular y al leer el mensaje su rostró se opacó drásticamente. Su amiga de colegio acababa de fallecer.
En ese momento se fue a la mierda todo lo que estábamos hablando. Me acerqué rápidamente a abrazarla y sostenerla. Lloramos. Su muerte no nos agarró por sorpresa. Ella estaba enferma, internada. Era cuestión de esperar. Pero igual, lo esperes o no, una pérdida así siempre te tambalea el piso. Y duele.
La vida es un regalo. Siempre lo he dicho. Pero con cada acto, cada experiencia, aprendizaje, reafirmo que es tan frágil y efímera, que en el momento menos inesperado te la arrebatan. Bueno, no. Para arrebatarte algo tiene que ser tuyo, ¿verdad? ¿Nuestra vida, es nuestra? Quienes me conocen saben que no soy religiosa. Tampoco me considero atea, más bien sería agnóstica. Quién quita que esto que creemos es vida, no es más que una ilusión, un soplo cósmico, un juguete de un pequeño alienígena. E.T. va a despertarse y nosotros dejaremos de existir.
Es interesante la forma en que el universo equilibra las cosas. Una noche cualquiera estás hablando de traer vida, al mismo tiempo que se va otra.
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