Sí. Los niños podemos ser crueles.
Todavía recuerdo cuando la más bonita del salón se paraba (cuando no estaba el profesor), y decía en voz alta: "Alce la mano quien le gusta Melanie". Y media muchachada alzaba el brazo. "Ahora alcen los que les gusta Gaby". Vaya ahí, otra sarta de manos al aire. Un par más de las chicas bonitas nombradas al azar, y más manos. Ya se imaginan qué pasaba cuando me nombraban...
Súmenle a ese recuerdo un problema de lenguaje. Tartamuda, con todas sus palabras. Moría de la vergüenza si tenía que hablar en público. Pararme frente al salón era una agonía para mí. Luigi, un compañero, osaba cruzarse de brazos y amagar que se quedaba dormido cuando me tocaba leer en voz alta.
Por último, siempre he sido una muchachita activa. Subirse a los árboles, pelotear, lanzarse al suelo, ensuciarse. ¡Eso era diversión para mí! Las muñequitas las tenía en casa. Desarregladas, despeinadas, rebeldes como su dueña. Pero la escuela era para correr, jugar a las cogidas, sacarse la madre en el recreo. Y entonces las niñas empezaron a decirme "machona". Pero cuando quería jugar con ellas, no me dejaban. ¿Qué más, pues? Me iba a jugar con los varones.
Todo eso creó en mí un serio problema de autoestima. Era feliz, tampoco crean que pasaba deprimida, llorando, buscando Tostitos para suicidarme. Jamás. Lloraba, sí, iba a terapia, también. Pero siempre tuve amor. Mi familia fue un puntal de apoyo magnífico. Y dentro de tanta muchachada pendeja, tuve contados amigos que me salvaron.
Así me gradué de la primaria. Al llegar la secundaria, las cosas cambiaron. Ya no había tanto pendejo. Había, sí. Siempre habrán pendejos. Pero empecé a reforzar mi autoestima, conocí mejores personas, y fui sintiéndome mejor conmigo misma. Ahí conocí a una amiga fanática de los dulces, como yo. El asunto era que yo los compraba, mientras que ella los hacía. Oh no, el debacle. Empecé a preparar tortas y galletas después del colegio. Y el problema aquí era que me comía la mitad de lo que hacía.
Ahora imagínense esos cuadros de porcentajes de ventas, donde la flechita sube, y sube, y suuuuubeeee. Así subí yo de peso.
Siempre he sido de actividad física constante. Deportes, ejercicio. Me encanta. Desde chiquita. Mi abuelita tenía un gimnasio femenino, mi madre lo administraba y daba clases. Las tardes las pasaba ahí. Para mí, hacer ejercicio era un juego. Eso ayudó a que no me hiciera una bola. Pero igual, consumía más calorías de las que quemaba. Y por más dietas que hiciera, medio empezaba a bajar, la rompía, y volvía a subir. Mi adolescencia fue un continuo sube y baja de peso.
Pasé el colegio, entré a la universidad, y seguía en el mismo patín. Amante del azúcar. Podía bajarme paquetes enteros de galletas, medio litro de helado, tortas. La comida chatarra también era mi debilidad. Tengo buen diente. Comer para mí es un placer. Y descubrí que también es un refugio. Soy adicta a la comida. A ese placer momentáneo de meterme un bocado a la boca, saborearlo, disfrutarlo.
A mis 26 años llegué a pesar 199 libras. Con una altura de 1,69mts. Había hecho tantas dietas como amores platónicos tiene una adolescente. La Scardale, la sopa milagrosa, la de la piña, la del lagarto, la del higo (ah no, esas últimas no, disculpen), y tantas más.
Yo sabía cual era mi problema. No quería cerrarme la boca. No quería dejar de comer rico. Y comía sano. En mi casa, mi madre quien es una excelente cocinera, prepara comida sana. Mi problema era la comida de afuera. La falta de voluntad. Esconderme detrás de ese plato de comida que en ese momento me iba a saber a gloria, y después se iba a alojar en mis caderas. El exceso. Saber que tenía que detenerme, y no hacerlo.
Intenté tantas veces bajar de peso, que a veces perdí la esperanza. No puedo decir que un día simplemente decidí cambiar, y lo hice. La verdad no fue algo así de apoteósico, una epifanía. Creo que simplemente empecé, y ya. Un paso a la vez. Aproveché un descuento que tenía por mi trabajo e ingresé a un centro nutricional. Seguí la dieta que me dieron, iba a las terapias corporales, y descubrí Beachbody.
Y empecé a bajar.
Todavía recuerdo que durante los primeros 6 meses, no comí dulces, ni chatarra. Jamás había hecho eso. Cero, Polito, cero. Y al empezar a ver los resultados, me emocioné, y seguí.
Así han pasado estos últimos 4 años. Donde me maravillé al descubrir que el bajar de peso, me subió el autoestima. Desde los últimos años de colegio, empecé a amarme más. A aceptarme. Poquito a poco. Entendí que de pequeña no era gorda, estaba bien. Mis compañeras eran raquíticas, que es diferente. Yo siempre comí sano, fui fuerte, de contextura gruesa. Superé mi problema de lenguaje. Y ahora hablo hasta por los codos. Todavía me trabo, a veces, y me río. Solita meto embrague y arranco otra vez. Mis panas me gozan. Lo machona, ¡ja!, eso no se me ha quitado. Y ya tengo 30 años, no creo que se me vaya a quitar. Soy feliz así, tal como soy. Me pongo mis vestiditos, falditas, me maquillo cada año bisiesto (y se me ve espectacular). Pero casi siempre vas a verme sencilla.
Sencilla. Esa es mi palabra.
Aquellos que recién me conocen hace un par de años creen que siempre he sido así, delgada. Pues nooooo. Era una gordita. Feliz, siempre con una sonrisa. Pero con sobrepeso. Este post fue inspirado por un collage que puse en Facebook donde muestro mi transformación, el trabajo, sacrificio, la voluntad. Me costó horrores. Pero lo logré. Y sigo, porque sé que todavía puedo lograr más. Gracias a todos por su apoyo, consejos, ánimos, puteadas, galanteos (y morboseos, jajajaja). Han sido maravillosos.
Este escrito podrá sonar superficial. A fin de cuentas bajar de peso es sólo apariencia física. Algo corporal, que con la edad se irá desvaneciendo. Pero va más allá. En mi caso, es una lucha conmigo misma, con mis debilidades, mis miedos, mis adicciones, el sistema, el qué dirán, el qué debo ser. Es una batalla, ponerse un objetivo, una meta, y llegar. Exigirse, ser mejor, equivocarse, y seguir, caerse, y seguir, y seguir. Es triunfar. Es una lucha. Bajé de peso, y eso me hizo sentirme mejor conmigo misma. Y todavía lucho. Porque todavía peco. Como cosas que no debería comer. Todavía me escondo en la comida. Y eso es un trabajo que todavía no termino. Poco a poco. Bocado a bocado, en este caso.
Yo no puedo hacer más que contarte mi experiencia. Lo que me costó a mí, no significa que te va a costar a ti igual. Puede que sea más fácil, o más difícil. Todos somos diferentes. Es cuestión de encontrar dentro de ti eso que te mueve a ser mejor. Ese motor que te impulsa. Yo quiero ser feliz, yo soy feliz. Me gusta verme al espejo y sonreír. Coqueta de mierda. Me siento viva, llena de dicha. En armonía. Hay días en que brillo, hay otros en que estoy apagada. Simplemente estoy aquí para aprovechar cada momento. Me gusta irme a la cama de noche sintiéndome satisfecha de lo que hice. Ya no estoy tan traumada. Bueno, a veces sí. Todavía tengo libras que quiero bajar, músculos por tonificar. Pero poco a poco. El truco aquí es disfrutar.
Aquellos que dicen "no puedo". Aquellos que intentan una y otra vez. Aquellos que creen que es muy difícil. A todos, a cada uno de ustedes, les digo que es posible. Perseverancia, disciplina, ñeque, y amor. Que cada fallo nos haga más fuertes.
3 comentarios:
Chevere post, creo que cualquier tipo de reto que uno afronte porque uno mismo se lo pone es siempre una aventuda digna de compartir. Felicidades ^^
Con la actitud de Sparta y de que todo es posible conchetumadre!!
Hola! Tengo 17 años, y tengo algunos problemas parecidos a los tuyos. Soy tartamuda, y tengo sobrepeso. Me alegra muchisimo que al fin te sientas conforme con vos misma! yo espero lo mismo de mi... Me encantaria poder hablar con vos :')
Mi twitter: @disasterthinspo
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