Sin embargo los meses pasaron y eso quedó ahí, guardadito. Un buen tiempo hasta me olvidé del asunto. Pero cuando una pasión late, por más que uno se ocupe en otras cosas, ella no se deja olvidar.
Todo se organizó en cuestión de un par de semanas. Llevaba buen tiempo sin tomar vacaciones. Me asesoré con unos panas que ya habían viajado, pedí vacaciones en el trabajo, conseguí "pata" y así, un viernes a la salida del trabajo pedaleé hasta el Terminal para subirme a un bus que me llevase a Santa Elena.
La travesía se iba a dividir en 3 días:
1ero - Santa Elena a Olón.
2do - Olón a Ayampe.
3ero - Ayampe a Machalilla.
En mi interior tenía un objetivo "emocional". Quería llegar en bici a la playa donde falleció mi padre, justo en su aniversario. Sé que ese loco me hubiese apoyado al 100%, y de ser posible, pedaleaba conmigo. Y todo se confabuló de tal manera que salió perfecto. El bus a Santa Elena ni siquiera nos cobró recargo por las bicis (para que se enteren, en la mismísima Ley de Tránsito hay un artículo -204 literal e- donde dice que tenemos derecho a transportar nuestras bicis en los transportes públicos sin valor adicional). Llegamos y buscamos hospedaje. Siguiente objetivo: ¡comida! No con afán de sacarles pica (las fotos más adelante sí lo son) pero con apenas $5 comimos como dioses peninsulares. Un buen plato de arroz con menestra y chuleta, y otro igualito pero con pescado al horno. "Madrina, póngase un poquito más de menestra, que está buena". César y yo quedamos satisfechos. De ahí, a descansar. Tocaba madrugar al día siguiente.
Sábado, día 1.
Luego de un desayuno frugal, ya equipados, empezamos a pedalear. Nuestro fiel compañero de viaje fue el Endomondo. Primera foto oficial, en el letrero que dice "Ruta del Spondylus" y una flechita hacia la derecha. Aquella carretera tantas veces transitada, era la primera vez que lo hacía en bicicleta. Pasas Capaes, un par más de urbanizaciones y ves el mar. Aquella imagen alborota tu corazón y con una sonrisa en el rostro sigues pedaleando.
Una que otra lomita, pocos carros, un camino sin mayor problema. Parábamos en puntos estratégicos para las respectivas fotos: "Bienvenidos a San Pablo", "Bienvenidos a...". Cada letrero de "Bienvenidos" era un motivo de alegría. Era un, ¡llegamos, sigamos! Nos cruzábamos con otros colegas ciclistas, pero aquellos eran los verdaderos. Acá uno todo equipado, con tanto tereque y vaina encima, y ellos de lo más sencillo. Short, zapatillas, y camiseta. Nos sentimos unos adefesiosos. ¿Alforjas? ¡Qué es eso! Ellos habían instalado par de baldes en la parte de atrás y allí llevaban los pescados.
El sol estuvo clemente y no salió hasta la media mañana, cuando ya llevábamos más de la mitad del recorrido. Un guineo por aquí, agua por acá, y de repente, "Bienvenidos a Manglaralto". Nuestro destino oficial era Olón, pero recordaba que ahí empezaban las "lomitas", así que decidimos quedarnos. Sin embargo, luego de un pequeño recorrido vimos que Manglaralto estaba un poco "muerto", así que avanzamos a la siguiente playa. Montañita. La cual no estaba NADA muerta. Demasiada gente para mi gusto.
Pero no importaba, habíamos llegado. El primer día se sorteó sin ningún contratiempo. Siguiente objetivo: COMIDA. Porque luego de casi 58 kilómetros uno tiene hambre. Nos ubicamos en un restaurante y a comer se ha dicho. Encocado mixto por un lado, spaghetti de camarones por el otro. ¡Buen provecho! Luego de calmar a la leona, buscamos hospedaje y descansamos. La famosa vida nocturna de Montañita se quedó afuera. Luego de ver el ocaso y dar un par de vueltas, decidimos reponer energías. No sin antes abrir un par de latas de atún y unos paquetes de galletas, que sirvieron como cena.
Domingo, día 2.
Despertamos cuando todavía hay borrachos que no encuentran su hotel, decidiendo quedarse dormidos en el carro, o en alguna vereda. Montañita muta dependiendo la hora. Por la mañana y parte de la tarde en su calle principal te encuentras decenas de carretillas con diversas variedades de cebiches quita chuchaquis, levanta muertos, 220 voltios, etc (por la noche salen las carretillas de cocteles, hamburguesas y comidas rápidas). En nuestro caso, un buen batido y una tostada fueron el desayuno perfecto. Endomondo prendido, a pedalear se ha dicho.
Este día iban a ser menos kilómetros, pero más difíciles, porque pasando cierto punto empieza una zona llamada "los 5 cerros". Pura subida (inserte aquí carita llorando del Whatsapp) nos iba a tocar pedalear. Pero esperen, esperen, me estoy pasando algo importante. Antes de aquella tragedia, pasas un pueblo llamado La Entrada, donde se encuentran los famosos "Dulces de Benito". Un pequeño local donde hay maravillosos cheesecakes y pasteles de los ingredientes más variados. Esa era parada obligatoria. ¿Qué comimos? Uno de Nutella y pistacho.
Ahora sí, volvamos al drama. Pasando La Entrada, con tremenda carga de azúcar en nuestro sistema, empezaron las lomas. Baja plato, sube piñón, baja plato, sube piñón (ponle ritmo de reggaeton), hasta que llegamos a un punto que nos ganó la loma, y al no poder bajar más plato, nos bajamos nosotros. Caminando empujando la bici, fuimos recuperando aire, para volvernos a subir.
César me maldecía cada loma que vencíamos, porque veíamos más adelante y encontrábamos otra más. No sabíamos en qué momento íbamos a terminar ese suplicio. Llegamos a un punto en donde pudimos divisar todo lo que habíamos subido, al ver el mar abajo, muy abajo. Habíamos ascendido suficientes metros para sentir nuestro corazón agitado. Pero de repente, sin previo aviso, se acabaron las lomas. Bueno, casi. Al menos las más empinadas. ¿Y lo bueno de las subidas? ¡Las bajadas! Ahí César soltaba el freno y bajaba embalado. Yo, como buena maricona, iba frenando cada tanto, porque no quería tomar mucha velocidad.
Empezamos a descender y luego de una curva, el letrero que tanto ansiaba ver: "Bienvenidos a Ayampe". No puedo negar la sonrisa esbozada en mis labios, y una que otra lágrima se acomodó en el rabillo de mis ojos. Frenamos para la respectiva foto, avanzamos hasta la playa, y paramos el Endomondo.
Gratitud era el sentimiento que me embargaba. Había llegado. Pedaleando llegué hasta tu playa, papá. Locura cumplida.
Ya se imaginan cuál era nuestro siguiente objetivo: ¡COMIDA! Y, sin querer quitarle importancia a la comida de mi querido Guayas, Manabí se gana mi estómago. Mi corazón. Mi estómago. Ay, la comida manabita me gana. Larga vida al verde, los mariscos, el maní. Ubicamos las bicis en un pequeño restaurante, con mesas llenas, y nos acomodamos con unos extranjeros. "¡Jefe, dos platos de bolón con huevo frito y café".
Oh, gloriosa comida manaba...
Frente a mí se encontraba un señor que bordeaba los 60 años, con un largo cabello canoso, ondulado, que ataba en una cola de caballo, claros ojos azules, descamisado, disfrutando una taza de café. A mi derecha había una joven pareja, con un vaso de jugo al frente de cada uno de ellos. Sin darnos cuenta, nos incluimos en la conversación:
Ella: This juice is kind of exotic to me. It's a tree tomato.
-Él estaba dudando en probarlo-
Ella trataba de explicar, en inglés, el sabor del jugo de tomate de árbol. Aquí, una guayaca criada en casa donde el almuerzo casi siempre iba acompañado de un jugo natural, pudo opinar con más detalle al respecto. El señor frente a mí estaba interesado también, aunque creía que estábamos hablando del tomate. Le explicamos que no es lo mismo, que hay una fruta llamada tomate de árbol. Y que es un jugo clásico de la costa ecuatoriana. Como César dijo que no le gustaba, el señor tampoco era muy amante de su sabor, y el dudoso no quiso probarlo, la chica me lo ofreció. ¡Jugo gratis! Estaba delicioso. En esa mesa se hablaban 5 idiomas, y por más que tratamos, no pudimos explicar en nuestro inglés sencillo el sabor del tomate de árbol.
Así fue como terminamos conversando con una pareja de suizos, ella llevaba 5 meses en Ecuador, gracias a un voluntariado, él recién había llegado hace 2 meses, para acompañarla. El señor, con él nos quedamos conversando de largo. En una mezcla de inglés, español, francés, e italiano. Sin darse cuenta, Mark (luego de casi 1 hora hablando le preguntamos su nombre) cambiaba de idioma, y cada vez que le hacíamos caer en cuenta, se atacaba de risa. Debido a una dolencia, huía del frío, y decidió vivir un verano eterno. Oriundo de Canadá, donde la temperatura puede llegar a menos 40º, disfrutaba nuestras playas.
Así nos recibió Ayampe. Una playa extensa, con un pueblo pequeño y tranquilo. Amigables, saludan al pasar a tu lado, y siempre dispuestos a ayudarte. Buscamos hospedaje y luego de descansar un poco, decidimos dar una vuelta por la playa. En bici. De punta a punta son algunos kilómetros.
La noche en Ayampe se prende de a poquito. Hay ciertos lugares donde te brindan comida variada, algunos cocteles, a veces hay música en vivo, pero mucho más tranquilo. No se compara con el bullicio de Montañita, por ejemplo. Caminamos un poco y volvimos a la hostal. Abrimos otro par de latas de atún con galletas, y a descansar.
Lunes, día 3.
Luego de un par de bichos que no me dejaron dormir muy bien, despertamos para iniciar nuestro tercer y último día. Un guineo, galletas y mermelada fueron el desayuno. Acomoda todo en las alforjas, Endomondo, y nos fuimos. César me tenía amenazada con que si veía una loma más, paraba y se regresaba en el primer bus que cruzara. Tranquilidad, no lo hizo. Porque aparecieron un par más de lomas. Pero nada comparables con las del día anterior. Pasamos Salango, Puerto López, Agua Blanca y luego de una linda lomita, Los Frailes. Nuevamente, habíamos llegado.
A lo mejor y pueda sonar cansón ese "hemos llegado", pero para mí cada uno de ellos era un objetivo cumplido. Emprender este viaje era algo nuevo, y aun sabiendo que tengo la resistencia y un buen estado físico, era una experiencia que nunca había realizado. Llevo buen tiempo dedicada solo al ciclismo urbano, la montaña y las largas distancias quedaron atrás hace tiempo. Es por ello que cada letrero de "Bienvenidos" era una pequeña meta cumplida. Un micro orgullo. Pero llegar a Los Frailes, a Machalilla, fue ya el destino final. La mona lo consiguió. Se propuso llegar a Machalilla en bici por toda la ruta del Spondylus, y lo logró. Es simplemente una satisfacción. Un logro personal.
Llegar a Machalilla, a las pequeñas habitaciones de Clarita, una señora que no me veía hace años, y que me recuerde, es algo hermoso. He ido 3 veces, con esta ya serían 4, y siempre me quedo donde ella. No pidas mucho, dos camas, toldos, sin ventilador, pero la vista, espectacular. Tiene los cuartos al pie del mar. Donde la brisa te embriaga.
Machalilla es un pueblo de paso, entre Puerto Cayo y Puerto López. Lo único atractivo entre ambos puntos es Los Frailes, una playa dentro de la reserva ecológica. Un pequeño paraíso refundido, donde solo escuchas las olas romper en la orilla.
Luego de 3 días de pedaleo, nos quedamos ahí, descansando. Un suculento pescado apanado con arroz y patacones fue nuestro almuerzo. Al día siguiente un delicioso bolón (con queso manabita, obvio) con tortilla de camarones y café nos cayó cual yunque en el estómago. No pidas acción en Machalilla. Es una playa extensa, hermosa, llena de barcos pesqueros, que le dan un atractivo de puerto. Para postal. Pero de ahí, sumamente tranquilo.
Así termina nuestra aventura pedalera. El último día nos embarcamos en un bus que nos llevó de regreso a Guayaquil. Este sí nos cobró por las bicis, pero de los $2 por cada una, le rebajé a $1. Gran cosa, sí, no quería sacarle la ley de tránsito al cobrador, jajajaja. Fuimos casi al fondo del bus, y en casi todo el trayecto tuvimos "música en vivo". Un grupo de universitarios que se pasaron cantando todas las canciones habidas y por haber de su equipo de fútbol. Nunca pensé que habrían tantas, pero en serio, tantas canciones para una hinchada.
Llegamos a Guayaquil, y cada uno partió a su casa. Llega un momento en que las piernas simplemente siguen dándole vuelta al pedal. Todavía no lo podía creer. Hicimos poco más de 150 kilómetros, y aunque algunos hacen eso en solo un día, no me importa. Como dice el título de este post: ni rápidos ni furiosos (aportación de César). Fue una experiencia formidable. El avanzar con tus propias piernas, llegar a un destino con el bombeo de tu corazón. Trato de encontrar las palabras precisas pero no puedo. Es simplemente grandioso. Una vía que recorres de manera automática, a veces a más de 100kms por hora, hacerlo a un promedio de 20kms, te hace disfrutar mucho más el paisaje, los detalles.
¿Lo repetiría? Sí. Pero ya no quiero más lomas, jajajajajaja. ¿Recomendaría a alguien que lo haga? Definitivamente. Si te gusta andar en bici, viajar, y tienes espíritu aventurero, es una gran oportunidad de vivir algo nuevo. Hay cicloviajeros que llevan meses, años, recorriendo continentes. Que simplemente agarraron sus cosas, las treparon a su bici y se fueron. Qué recomiendo: planificar una ruta previa. No tiene que cumplirse a rajatabla, pero al menos tener una idea de a dónde vas a ir. Parar cuando estés cansado, comer cuando tengas hambre, hidratarte. Los guineos son lo máximo. El atún siempre te va a salvar. Lleva un par de tubos de repuesto. En nuestro caso, nunca pinchamos. Tanto así que llegué a casa, y al día siguiente, la llanta amaneció desinflada. Fue un goce eso para mí. Puedes ir solo, o acompañado. Si vas con alguien, que sea de plena confianza, porque van a pasar juntos todo el tiempo. Deben conocerse lo suficiente, compartir gustos, apoyarse, pedalear al mismo tiempo, que no te apure, ni te atrase. Que te aguante, más claro. Fotos, toma fotos. Todas las que quieras. Si te gusta escribir, lleva algo para hacerlo. Conoce a la gente, conversa con aquellos a quienes te topas en cada destino.
En resumen, vive la experiencia. Vale la pena.
1 comentario:
Aquí Adrián Mariscal de fulanitoviajero. Qué sorpresa encontrarte! Escribes fantástico y por lo que leo, eres bastante popular. Me da gusto! Un abrazo hasta Ecuador!
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