El otro día estaba regresando a casa por la ruta habitual. Llego a una intersección donde el semáforo me pedía con su luz roja que me detuviera. Al frenar, sentí detrás mío alguien muy cerca, y giré. Era un pastelero, en su bici. El señor me sonrió y me dijo, "tranquila, niña, solo soy yo". Le sonreí de vuelta.
El semáforo nos dio paso mostrando su luz verde y ambos emprendimos la vuelta al pedal. Iba a mi lado el señor. Me preguntó si iba largo a lo que respondí que sí, "largo todo el centro". Pude ver detrás de la bici la parrilla y dos canastas. Le pregunté si había logrado vender todos los pasteles a lo que respondió afirmativamente.
- ¿Cuántos pasteles vende al día?
- Unos 150, niña.
- Wow, entonces hoy fue un excelente día.
- Si, niña. A 50 centavos cada uno.
Habremos pedaleado apenas 2 cuadras y el señor se despidió, girando a la izquierda. Yo, sin reparo le grité: "¡Que mañana vuelva a venderlos todos, señor!".
Creo que sonrió.
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