Su trabajo la hacía viajar todos los días. Y ya tenía su rutina establecida. Llegaba al terminal, compraba el boleto, se embarcaba en el bus y dormitaba.
Tenía un proceso para elegir el asiento adecuado. De preferencia ambos vacíos, los respaldares de los asientos del frente no muy inclinados, que no dé directo el sol, y pueda regular el aire acondicionado. Luego de acomodarse, echaba un ojo a la película que estaban proyectando, y se quedaba ligeramente dormida.
Ese día, ella siguió su rutina al pie de la letra, salvo por un pequeño detalle: en vez de sentarse a la ventana, como casi siempre hacía, se sentó en pasillo. Hacía frío, por lo que cerró la rejilla del aire. La película se veía interesante, pero el sueño ganó la batalla.
- Permiso -una voz masculina la despertó-
Abrió los ojos y una figura alta, de pantalón claro y camisa a cuadros celeste, estaba parado a su lado, pidiendo paso para sentarse a su lado. En ese momento recordó el primer motivo para sentarse siempre a la ventana. Agarró su mochila que estaba ocupando el otro asiento, y lo cedió. El hombre se sentó a su lado. Ella volvió a cerrar los ojos. Sintió que él se acomodaba, y de pronto sus brazos rozaron.
Su corazón saltó.
No, no fue amor. Esta no es una historia de amor. Pero aquel roce la sorprendió. Ni siquiera abrió los ojos, fingió seguir durmiendo. El frío que tenía fue absorbido por aquel brazo cálido que se encontraba a su lado. Fue una sensación agradable para ella. Esbozó una leve sonrisa en sus labios.
¿Será simpático? Lamentaba no haberlo visto bien cuando la despertó para pedirle permiso. Pero vagamente recordaba un rostro agraciado. ¿Y ahora? ¿Cómo podía verlo si se estaba haciendo la dormida? A lo mejor y él también estaba dormido. O fingía.
Ella dejó de pensar tantas cosas y prefirió dejarse llevar por la grata sensación de confort que le daba ese brazo, junto al suyo. Era suave, cálido, como si diera la bienvenida. Sin quererlo, sentía como si estuviera siendo acariciada.
No, tampoco es una historia de erotismo. Simplemente su cuerpo percibió algo que la sacó de su rutina. Sus terminaciones nerviosas estaban excitadas. Él no movía el brazo. Usualmente los pasajeros suelen respetar la distancia entre ellos. La proxémica está bien marcada en este tipo de situaciones. Pero aquel hombre no pareció incomodarle que sus brazos rozaran. Y a ella tampoco.
En un momento el bus bajó un poco la velocidad y pasó un rompe velocidades. Aquel subidón fue la excusa perfecta para abrir los ojos, haciéndose la que se despertó, y verlo rápidamente. Más joven que ella (diablos), piel canela, ojos oscuros, cabello corto, lentes. Él también la vio. Se fijó que cargaba una credencial de su trabajo, trató de leer su nombre pero este se encontraba del otro lado. Así que no le quedó más que volverse a hacer la dormida.
Algunas personas que bajaban pasaban rozándole el brazo, y ahí recordó el segundo motivo por el cual no le gusta sentarse en pasillo. Enseguida pasó el cobrador, y ambos entregaron su pasaje. Falla de memoria del joven, se dio la vuelta para cobrar al otro lado y volvió a pedirle el pasaje al hombre, y este respondió que ya se lo había dado. Ella aprovechó para aseverar la información. Su voz era firme, clara, segura. Cruzaron una fugaz mirada, pero ella cohibida, volvió la cara a otro lugar, y volvió a cerrar los ojos. Quería seguir disfrutando ese brazo, ese calor, ese roce.
Y así llegó a su destino, bajándose antes que su temporal compañero. Sintió despegarse de aquel extraño contacto suscitado en menos de 1 hora. Ahora sólo espera volvérselo a encontrar. A lo mejor ni siquiera lo ubique físicamente. Pero si vuelven a tocarse, está segura que lo reconocerá.
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