Hay un mágico encanto en el Guayaquil mañanero. Pero bien tempranito, cuando recién está empezando a aclarar. Cuando el sol todavía está desperezándose. Pedalear tipo 6 de la mañana es tener la ciudad para ti solito. Compartes la calle con un par de carros, uno que otro bus colegial. Hasta los pocos taxis y buses de transporte público van tranquilos.
Guayaquil a las 6am es una ciudad que todavía duerme en su gran mayoría, y una siente el viento en su rostro. A veces amanece nublado, y el sueño se te quita a punta de pedal. Otras, el sol se asoma radiante y sus rayos atraviesan las nubes como si te sonriera a plenitud y te dijera: "¡Buenos días! Hoy vas a tener un maravilloso día". Creo que ni los buses viejos con esos tubos de escape tóxicos salen tan temprano. Hasta respiras otro aire. Te cruzas con los deportistas, trotanto de aquí para allá. Un par de amos paseando a sus perros (con unas caras de dormidos únicas).
Guayaquil a las 6am es una ciudad tranquila, apacible, taciturna. Y me deslizo sobre dos ruedas de igual manera. Saludo al cuidador de carros del parque, a un trotador que suelo toparme, y cada tanto a cierto gato que de milagro está despierto tan temprano.
Guayaquil a las 6am es una ciudad con niños que van a la escuela más dormidos que despiertos. Los veo recostados en las ventanas de los carros, de los buses. Las tiendas vendiendo desayunos de último minuto. Vendedores ambulantes apostados en los exteriores de los centros educativos. Útiles escolares, vinchitas, calcomanías, chucherías.
Guayaquil a las 6 es una ciudad que huele a pan recién caliente. Enrollados, mixtos, dulce, briollos. Las panaderías reciben a los padres, adormilados todavía, comprando aquel manjar del Olimpo. No hay sabor comparable con un pan recién salido del horno. El aroma, la textura. Creo que comer pan caliente es la segunda mejor forma de despertar.
Guayaquil a las 6am es una ciudad hermosa.
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