Decidió avanzar hasta la estación central para agarrar el bus que la dejaba al pie de su casa. Ya era tarde. Justo se bajaba del bus y vio llegar al que debía subirse. Entró y se fijó que todos los asientos azules ya estaban ocupados. Al inicio del bus, sólo habían 3 asientos amarillos desocupados. Asientos que no son para ella.
"Ya es tarde", pensó. "Tal vez no se llene el bus. Y si se sube alguien que tenga preferencia, me levanto". Y así se sentó en uno de ellos.
Los otros asientos amarillos estaban ocupados por dos ancianos, y por otros dos jóvenes que, a simple vista, no eran de la tercera edad, no estaban embarazados, con alguna discapacidad física, o niño en brazo.
El bus inició su recorrido. Un par de estaciones más adelante se subió un señor de la tercera edad. Nadie se inmutó. Automáticamente ella se levantó y le cedió el asiento.
Y ahí inició una danza. Sin música.
Uno de los jóvenes en otro asiento amarillo se levantó para cederle el puesto a ella. Sonrío y se sentó. El bus siguió avanzando y, nuevamente, luego de un par de estaciones una anciana se subió. Nadie se movió, y ella le hizo señas indicándole que se acercara. Pero el impulso tal vez fue contagioso porque el otro joven se levantó primero para cederle su asiento.
Ella sonrió y se quedó sentada. Tal vez vibraba en bondad y la estaba esparciendo.
Faltaban apenas 4 estaciones más para su parada cuando se sube una señora, de rostro cansado. La vio buscando dónde agarrarse bien y le sonrió. "Señora, venga, siéntese aquí", mientras se levantaba. Entre las arrugas brillaron unos ojos agradecidos. Con cuidado se sentó, y se pudo ver cómo dejó su cuerpo caer.
El recorrido llegó a su fin. Aunque sólo iba a casa en su mente ella iba danzando.
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