Vamos desempolvando este blog. Llevo demasiado tiempo sin escribir algo aquí. Y es que ahora suelo opinar más rápido y en menos caracteres en otras plataformas digitales (entiéndase Facebook y Twitter). Pero hoy se me ha antojado darle un poco más de teclas a la inspiración.
Me encontraba en la fila del supermercado para pagar par de compras que hacían falta en casa. Era la siguiente. De pronto detrás de mí escucho una voz que decía: "señora, señora", y giré para ver quién osaba señoriarme. Resultó ser otra señora con una niña pequeña dentro del carrito de compras, quien al verme girar me dijo: "señora, llévese a la niña, que está malcriada". En ese momento, aunque la mascarilla me cubre la mitad de la cara, no me cubre los ojos, ergo, la mirada. Bajo la misma para ver a la niña, quien se me queda viendo atenta, con un atisbo de inseguridad. Para los que no me conocen físicamente, mi aspecto puede infundir temor. Mido 1.69, soy tuca, y mi expresión facial neutral es seria. O sea, parezco cabreada. De paso estaba vestida con una pantaloneta deportiva, camiseta, zapatos de caucho y gorra. O sea, toda una marimacha. Dentro de mí surcaron, en una fracción de segundos, algunas respuestas, entre ellas una puteadita de confianza a la mujer que me estaba ofreciendo a la niña, cual mercadería. Volví a subir la mirada hacia ella y le respondí (con un tono muy suave): "no, no puedo llevármela, no es mía. Es suya". Y la mujer, sorprendida ante mi respuesta, dijo: "llévesela, no se está portando bien".
No-se-está-portando-bien. O sea que es mercancía dañada. Y la despachas. Resultó defectuosa. Y la devuelves.
Años atrás ya hice una publicación sobre este mismo tema. Con links, argumentos y demás donde explico lo perjudicial que es para un niño escuchar este tipo de frases de sus padres, o adultos a cargo.
Por la expresión de la niña deduje que no era la primera vez que escuchaba esa amenaza. Pero, quizá, era la primera vez en que recibía una conversación directa de la otra persona. "¿Te estás portando mal? ¿Qué quieres hacer?", le pregunté. La niña señaló el estante de los juguetes y dijo: "quiero jugar". Y entendí.
No sé si se estaba portando "mal". Quizá a la niña ya le habían dicho que no. Pero llevar a un niño a un lugar donde están EXHIBIDOS LOS JUGUETES le va a dar ganas de jugar. Chuta, a ver, yo tengo 38 años, y si entro a una juguetería paso por el pasillo de los juguetes para bebés o niños pequeños y APLASTO LOS BOTONES. Si hay un cartelito que dice TRY ME, créanme, yo pruebo.
"Mira", le dije, "en este lugar no podemos jugar. Aquí venimos a comprar cosas que necesitamos para la casa. Mira (y le enseñé mis compras), yo estoy comprando azúcar y comida para mi gato. Y veo que ustedes están comprando pan, y otras cosas para comer. Tienes que esperar a llegar a casa y ahí apuesto que podrás jugar". La niña se me quedó viendo, y se quedó callada. La señora igual. Giré y le entregué mis cosas al cajero.
No sé cómo hubiese sido yo de madre. Es una labor admirable. Quizá iba a terminar perdiendo la paciencia y soltando la misma frase pendeja. Soy impulsiva, y con los años he aprendido a controlarme antes de decir o hacer algo de lo que después me arrepienta. Y todavía me falta mucho por aprender en esta vida. Así que creo que así estoy mejor. Sin descendencia a quien le joda la vida.
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